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habia acordado el Congreso. El rey hizo como que accedía, y
en su vista consultó el ministerio á la junta militar antes dicha.
Designado por ésta el punto de la nueva residencia elegida, pa­
só su informe al Consejo de Estado, y con esto y otras mil
dilaciones, vino el dia 1.° de marzo en que las Cortes de 1823
dieron infaustamente principio á su legislatura ordinaria. Fer­
nando no asistió á su apertura, alegando sus ataques de gota,
agravados, como era natural, con los sucesos del 19; pero en
cambio envió un discurso que no habia mas que pedir en ma­
teria ^e constitucionalismo y de las mas solemnes protestas de
sostenerse al frente de sus pueblos en la agresión que los ame­
nazaba. «¡iVo! dec^a,en uno de sus párrafos: la razón y la
justicia no serán menos valientes que el genio de la opresión y
de la servidumbre. La nación que capitula con enemigos cuya
mala fé es tan notoria, es nación subyugada, y el recibir la ley
que se quiere imponer con las armas en la mano, es la mayor
ignominia.» Claro está que semejantes palabras no eran de él
sino de sus ministros; pero si no sentia en su interior lo mis­
mo que decia su boca , ¿por qué no tenia el valor de imitar á
tantos otros reyes, algunos de ellos contemporáneos suyos, como
puestos en su mismo caso habian preferido hasta la abdica­
ción á la mengua de pronunciarlas?
Con el discurso de la corona fué á las Cortes el nombra­
miento de los nuevos ministros comuneros, nombramiento de
que por lo visto no habia desistido Fernando sino solo tempo­
ralmente , mientras se calmaba del todo la tremenda algarabía
pasada. Los nuevos consejeros elegidos fueron: de Estado, Don
Alvaro Florez Estrada; de Guerra, D. José María Torrijos; de la
Gobernación, D. Antonio Diaz del Moral; de Gracia y Justicia» Don
José Zorraquin; de Hacienda, D. Lorenzo Calvo de Rozas; y de