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vador Galiano, el autor, en fin, de la obra á que acabo de re­
ferirme (1), dada á luz, como todo el mundo sabe, en los años
44, 45 y 46. Sin duda por haber pensado así, los únicos que
en España han hecho algo son los gobernantes de ahora. ¿Por
qué ha de ser irracional en mí desear para la causa de la revo­
lución desde el 7 de julio en adelante, ese nervio, ese temple
de alma que después de la revolución de febrero he visto des­
plegar á otros hombres en obsequio del orden y el trono?
jAy! Galiano tiene razón! los sucesores de Martínez déla
Rosa no eran hombres de calidades estremadas para lo bueno 6
para lo malo, sino al revés, incapaces de aquella atrocidad ar­
rojada que constituye lo llamado espléndidos delitos (£). ¿Por­
qué, pues, reconociéndose tales, no formaron al lado de Argue­
lles, en vez de fraccionar la Libertad en un nuevo é inútil ban­
do que no habia al fin de salvarla? ¿Por qué no se refundie­
ron en una sola todas esas fracciones disidentes, procurando
hacer frente al peligro común con las armas de la circunspec­
ción, con una transacción bien entendida, ya que las armas re­
volucionarias debian quebrarse en sus manos?
Nada de esto sucedió por desgracia, y en vez de ser la
elevación del nuevo ministerio motivo de unión y armonía, ya
que no para todos los liberales, al menos para los exaltados,
sirvió solo desdichadamente para mas dividirlos entre sí, en­
crudeciendo la guerra á muerte que desde la aparición de la
comunería se tenia mutuamente jurada. Ya se vé ! El ministe^
rio San Miguel era todo del gremio masón. ¿Cómo resignarse
los comuneros á no formar parte de él? Riego fué á no dudar
mal político haciendo una elección tan esclusiva en obsequio
(4) ídem,idem, pág. 491 y 492.
(2) ídem, idem, pág. 4 92.