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na posesión de su victoria, se diesen la importancia consi­
guiente á sus eminentes servicios, saliendo de las sombras á la
luz, del misterio á la publicidad, de la persecución á la in­
fluencia. El ejército de la Isla era en último resultado el que
obedeciendo a su impulso habia sido el gran ejecutor de sus
tantas y tantas veces descubiertos y hundidos planes, y nada
por lo tanto mas lógico que la íntima y estrecha alianza enta­
blada entre la gente de Riego y los agitadores de sus filas, for­
mando así los tales hombres nuevos una fracción distinta de la
antigua, ó de la de los hombres de Cádiz. No es esto decir
que al principio hubiese antagonismo ninguno entre los libe­
rales del 20 y los de la era anterior: al contrario, si alguna
vez ha habido verdadera y cordial armonía entre unos y otros
caudillos, fué al tratarse de dar el poder á los patriarcas de la
Libertad, conviniendo en ello con gusto, y hasta con alegría y
entusiasmo, los que habían restaurado su obra, bien persuadi­
dos todos de que nadie podia afianzarla mejor que los mismos
autores del Código, predecesores suyos en prestigio, en talen­
to y enesperiencia, cualidades á cual mas necesaria en una cues­
tión tan vital como lo érala de aquellos dias, la de dar feliz cima
á la obra de instalar el nuevo gobierno. Pero si esto en efecto
era así, si los restauradores de la Carla se acomodaban sin
violencia á ceder los primeros puestos á aquellos veteranos
ilustres, no por eso podían llevar el heroísmo del desprendi­
miento hasta el estremo del abandono, y bien fácil es de infe­
rir que al renunciar como renunciaron la dirección de los ne­
gocios públicos, nada estuvo mas lejos de su ánimo que abdi­
car el derecho que tenían á figurar en segundo término, ni
menos á influir sobre los hombres á quienes concedían la
honra de brillar en primera línea. De aqui la elevación de Qui-