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manda de tal medida. Y en verdad que si el Código de Cá­
diz prevenía la tal reunión en todo caso urgente, nunca
mas que en aquella ocasión era de todo punto precisa. Volvió,
pues, el Congreso anterior á funcionar estraordinariamente,
abriendo sus sesiones á principios de octubre, después de Jiaber
asistido á su apertura el dignísimo rey de las dos caras, ense­
ñando por última vez la que estaba aparentemente acorde con
la causa constitucional; y digo por última vez , no porque en lo
sucesivo dejase de una manera definitiva la careta de que estamos
hablando, sino porque no volvió ya en persona á presentarse en
el salón de Cortes, ni para cerrar las que acababa de abrir, ni
para abrir las del año siguiente que tan mal se debian cerrar.
Parecía natural que el ministerio, á quien no se podia ocultar la
terrible situación del pais, sobre todo en lo tocante al esterior,
presentase en el discurso del Trono el cuadro exacto de los
peligros que cercaba por todas partes á la Libertad moribunda,
proponiendo en su consecuencia una nueva y enérgica marcha
dirigida á salvarla á todo trance y con la celeridad consiguiente
á lo crítico del apuro; ó si no sentía en su pecho tanta fuerza
de resolución, recomendando en su lugar otra, basada, como
he dicho cien veces, en una transacción bien entendida así
con los enemigos de adentro, como con los contrarios de afue­
ra, antes que éstos se adelantasen á hacer la avenencia impo­
sible. Por desgracia ni lo uno ni lo otro hizo , y á un discurso
nada adecuado á situación tan anlinormal, en el cual se pinta­
ron como remotos los riesgos que ya estaban encima, siguióse
pedir á las Cortes un aumento de ingresos raquítico compara­
do con los inmensos gastos que iba á absorver una doble guer­
ra; y otro aumento en las fuerzas militares reducido á 44,000
hombres de infantería y caballería, á fin de hacer frente con
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