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orden, ¿Pues y los individuos del cuerpo malamente llamado
diplomático? ¿No la calificaron por su parte de atentado á la
independencia de España, en medio de pasar, cual lo hacian,
Por verla escarnecida y hollada con solo consentir la invasión?
Acobardado el duque de Angulema con los alaridos de los realistas
y las quejas de los ministros estranjeros, accedió á transigir
con la Regencia y modificó la Ordenanza, volviendo en
consecuencia las cosas al mismo ser y estado en el fondo, aunque
miradas superficialmente pareciesen ofrecer un cierto tinte
de algo parecido á templanza, desmentida por desgracia bien
presto. En efecto: el decreto de agosto en que la Regencia
mandaba á los pueblos se contuviesen en si* celo de hacer prisiones
(EN SU CELO : ¿qué tal la espresioncilla?), no impidió que
por el mismo tiempo, después de negar á los liberales los pasaportes
que solicitaban, se mandase vigilar las fronteras para
no consentir la salida de ningún revolucionario, procurando así
convertir en una sola é inmensa cárcel todo el territorio español;
ni las medidas que por su propia seguridad hubo de adoptar
contra el saqueo y demás escesos anárquicos de la soberanía
popular transferida al populacho absolutista, fué óbice tampoco
al robo público que la misma Regencia autorizó, declarando
nulas las ventas de los bienes llamados nacionales, y despojando
á los compradores sin la indemnización consiguiente.
Entretanto, reunidos en Cádiz los diputados del moribundo
régimen, habian vuelto á abrir sus sesiones en aquella ciudad
insigne, cuna de la española Libertad en la primera época constitucional,
y destinada ahora á ser su tumba ante el mismo insolente
estranjero que se habia estrellado en sus muros en dias
de muy otro carácter en los últimos dias de gloria que la
Patria ha>ia tenido. El discurso del presidente, que entonce 8