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lacion la Constitución española que acababan de proclamar.
No sé yo si á haber accedido á la reforma que se les imponía
babrian evitado aquellas gentes la catástrofe que luego ocurrió;
pero es presumible que sí, sobre todo si la modificación hu­
biera convertido la Carta en una quisi-cosa parecida ala Cons­
titución de Bayona. Sea de esto lo que se quiera, negáronse
las Cortes de aquel reino á enmendar ni una coma del Códi­
go, no reflexionando en que hay casos en que á trueque de
salvar el brazo bien puede uno cortarse el dedo; ni pensan­
do siquiera que en las luchas en que es inevitable la derrota, la
prudencia aconseja no reñir siempre que se pueda evitar: mas
ya es sabido que en los hombres públicos hace á veces el
patriotismo el mismo efecto qne en los particulares la suscep­
tibilidad del amor propio, y si este es acreedor á respeto,
cuando hay motivos de pundonor que arrastran á ciertas locu­
ras, con mas razón debe serlo aquel, cuando, como sucedió á
los napolitanos, prefiere un Pueblo sucumLir con gloria á de­
ber su salud al oprobio, y mas siendo su causa nacional, y
este imposición estrangera. Recibida la negativa, decidiéronse
los monarcas á pcner inmediatamente por obra sus nada piado­
sos intentos, y entonces fué cuando con pretesto de procurar
arreglar la cosa, dirigióse Fernando á Layhach, para luego caer
como lo hizo, en unión con los estrangcros, sobre aquellos ino­
centes liberales que le habian dejado marchar. Intimada por la
regia doblez la abolición de la Constitución, así como la or­
den de recibir á los austríacos como buenos aliados y amigos,
convirtióse en terror la confianza de los liberales italianos, lo
cual no quitó que alentándose á resistir denodadamente, en­
casen á la frontera un ejército. Por desgracia en los solda­
dos de este, no habia muchas ganas de medirse con los muy