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presenta; pero cuidado con equivocarla aquiescencia y aun la
simpatía con la verdadera adhesión, ó un Pueblo cruzador de
brazos con otro que se mezcla en la pugna. La inmensa ma­
yoría española, aquella mayoría toda acción en la GUEKRADELA
INDEPENDENCIA, no lució en esta otra mas prenda que la de
mostrarse pasiva.
Fué, pues, el Pueblo mero espectador de la lucha entre
ambos partidos; pero aun contemplándole así, no es posible
desconocer que esa actitud, bien considerada, era en él un ver­
dadero progreso, comparándola con el frenesí con que al volver
al trono el rey cautivo , habia abrumado de vítores la restaura­
ción fernandista. En 1814 vio con indiferencia la caida de las
instituciones liberales: en 1820 sucedió lodo lo contrario, sien­
do el principio antagonista de estas el que mereció su apatía. De
un Pueblo confiado en su monarca hasta el estremo de erijirle en
arbitro de los medios de hacer su ventura, habíase pasado en
seis años á otro enteramente distinto, á un Pueblo bario curado
de ilusiones para que rechazase la idea de poner trabas al poder
real, á un poder que tan mal uso habia hecho de su amplio vo­
to de confianza, que así habia dejado defraudada la inocente
credulidad de 14 millones de niños. Cambio era este feliz y
favorable sobremanera á la restauración liberal; pero no se pier­
da de vista lo que mas atrás queda dicho. El desencanto de los
españoles respecto á la persona de su ídolo, no rayaba toda­
vía tan alto que considerase á Fernando capaz de hacer el mal
á sabiendas, ú obrando por su propia inspiración: al contrario*
lo que es el rey en sí, era siempre tenido por bueno, y tanto,
que su misma bondad era en la general persuasión la eselusiva
y única causa del abuso que hacían de él los malvados que le
rodeaban, siendo así estos y solo estos los que con sus torcidos