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sus relicencias fué perjudicial sobremanera, infundiendo rece'
los y acarreándole odio, el coal se espresó con aplicar á su
nombre la palabra misma que ofendió á sus contraíaos. Habló
de las páginas de una historia que él no quería abrir, pero que
abiertas, si redundaban en perjuicio de alguien, no seria en el
suyo propio. « Que se abran, que se abran,* clamaron diputa­
dos de encontradas opiniones, unos creyendo en los parciales
de Riego proyectos criminales, otros, seguros de no ser así,
é indignados de las inducciones que se sacaban y habian de sa­
carse de una espresion tan preñada. No satisfizo Arguelles este
deseo, y las páginas continuaron siendo objeto de injustas y
duras 1
Imputaciones por diversos lados, quienes sustentando que
encubrían atroces conjuraciones, quienes tachándolas de malva­
da calumnia imposible de refutar por no estar articulada y no
poder estarlo. Este fué el principal incidente de aquella sesión
memorable. Otro fué haber hablado el general Quiroga ponde­
rando el deseo del ejército libertador de someterse al gobierno,
lo cual era una censura de la conducta de Riego y de sus ami­
gos, hija de una rivalidad llegada á ser aborrecimiento. El di­
putado Martínez de la Rosa, apoyo entonces de los ministros,
aunque ya los escedia en lo monárquico de sus doctrinas, dio
al general de la revolución (esto es á Quiroga) altas alabanzas,
tales que parecieron arte política para aumentar la desunión en­
tre sus partidarios y los de Riego, sin atender á que contrapo­
niéndose el primero al interés de la revolución, venia á ser un
hombre mas eu agenas filas, al paso que por el segundo esta­
rían cuantos viesen en él su común bandera.
«El 7 de setiembre, concluye Galiano, fué un triunfo pa­
ra cuantos aborrecían la revolución, así como para los minis­
tros. El gobierno quedó vencedor, pero no fuerte, porque has