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mal ejemplo el de la Libertad para los pueblos absolutistas,
¿no lo es también el de la esclavitud para los pueblos consti­
tucionales? Visto está que solo en el caso de una excita­
ción perniciosa á trastornar los demás gobiernos, tienen estos
el derecho legítimo, el derecho de la propia defensa, de con­
tener á los excitadores; ¿pero se hallaba España en ese caso?
¿En qué habia tendido su gobierno á hacer bambalear á los
otros? ¿Qué revolución esterior habia sido ni soñado ser obra
ú efecto de sus excitaciones? ¿La de Portugal? ¿La de Ñapó­
les? ¿La delPiamonte tal vez? Mas en ninguno de estos tres
países podian quejarse sus reyes sino de la influencia en todo
caso que el ejemplo á que arriba aludimos habia ejercido en sus
subditos, y dicho está ya lo que vale semejante argumentación
en la mas delicada tal vez de las cuestiones internacionales.
¿Tenia acaso quejas la Francia por los conatos de insurrección
fomentados por Riego en Zaragoza contra el gobierno de aquel
país? Demos que Riego los fomentase: ¿no se reparó el mal
que hacía, destituyéndole nuestros gobernantes, y bien igno­
miniosamente por cierto, en el momento en que Luis XVIII arti­
culó la competente queja? ¿Era comparable tampoco el daño
que á la Francia causaba el apadrinamiento, aun no probado,
que Riego daba á sus conspiradores, con el que Francia nos
infería á nosotros haciendo sin cesar causa común con nuestros
rebeldes de acá ? Si se examina con imparcialidad este asunto,
¿era la conducta de aquel otra cosa que una justa respuesta á
la que el gabinete francés observaba respecto á la España? Pero
se dirá: ¿y los periódicos? ¿no estaba la prensa exaltada ver­
tiendo denuestos sin fin contra los soberanos absolutos que
ahora tomaban la providencia de proceder á la reparación?
Oh! contestaré: enhorabuena! ¿pero qué no diremos á nuestra