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cabo no se trataba con esta medida de hacer adelantar al pais
por las vías del progreso político, sino del judicial solamente.
Y aunque este en mi concepto es muy bueno',, y no bueno así
como quiera-, sino muy superior al otro, pues la justicia es el
primer progreso entre todos los progresos posibles, al cabo aun
esa misma justicia no es posible que tenga lugar donde solo
reina el capricho, ó si lo tiene, no puede ser estable si no viene
en su auxilio y apoyo una buena organización política. Y esto
era precisamente lo que nunca quería Fernando, y dígalo sino
la ineficacia de los consejos del conde de Ofalia, que observan­
do el peligro que en Francia orria el trono de Carlos X, mer­
ced al retrógrado espíritu que animaba á sus consejeros, hizo
presente al rey viniendo de París, en donde estaba como emba­
jador cerca de aquella mal aconsejada Corle, la convenien­
cia de modificar un tanto el sistema entre nosotros seguido.
Y Fernando no le escuchó, y si le escuchó, fué lo mismo
que si no le hubiese escuchado, porque Calomarde y su gente,
esto es, el partido apostólico (con quien, salvo en la cuestión de
boda, proseguía siempre el ministro de acuerdo), le hicieron
cerrar los oídos á todo lo que fuese transigir con las exigencias
del siglo, y hubo Ofalia de volverse á París, dejando á Es­
paña como la habia hallado , esto es, bajo el mismo pié que
tenía cuando por circunspecto ó moderado, aunque absolutista
y no poco, fué lanzado del ministerio.
Y si el pais en este concepto seguía siempre in statu quo,
no así alguna localidad, donde la tiranía y la opresión y el der­
ramamiento de sangre seguían en constante progreso. Y al decir
alguna localidad, ya entenderéis que hablo de Cataluña, nunca
mas desgraciada que ahora, en que luciendo un rayo de es­
peranza, parecía brillar para todos, menos para aquella pro-