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y con síntomas tan repetidos de creciente empeoramiento, con­
firmóse el carlismo en su opinión de que el dia menos pensado
descendería el rey á la tumba. Y con esto decidióse á esperar, y
organizó en secreto sus trabajos para que no le cogiese despre­
venido tan deseado acontecimiento; pero el hombre compone
y Dios dispone, y la conspiración apostólica no estaba destina­
da á ver cumplido el objeto de sus afanes.
Y por lo demás, el monarca estuvo festejado hasta no mas
en la metrópoli del Principado; y la municipalidad y los gre­
mios y toda clase de corporaciones disputáronse el honor de
hacerle fiestas, y de darle bailes y músicas y de encenderle
iluminaciones, con todo lo demás consiguiente al renombre de
pacificador con que entonces se dio en saludarle. Y el rey ce­
lebró entre aquel pueblo las ceremonias de la Semana Santa,
y lo hizo con todo el fervor que era natural esperar de quien
ademas de monarca era canónigo de Barcelona, y como tal habia
tomado asiento en el coro de su catedral. Y Amalia estaba ab­
sorta, embebecida, al ver la piedad de su esposo, y la historia
no ha decidido aún si tenia razón para estarlo. Y otro edificó
también mucho á aquella pobre y santa mujer, y ese otro fué
el conde de España. Y éste se colocaba en los templos buscan­
do siempre sitios elevados donde la reina pudiera verle, y con­
templar su profundo éxtasis, su humilde y contrita postura, su
seráfico arrobamiento.... y, en fin, para decirlo de una vez,
aquella careta de ángel con que encubría su alma de demonio,
alma que para mal del pais tan poco tardó en darse á luz,
mostrándose en su horrible desnudez con toda la impudencia
satánica que tan monstruosamente la distinguía.
Y los reyes marcharon á Zaragoza, y de allí se trasladaron
á Pamplona, y de allí fueron á San Sebastian, y á Bilbao y á