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aquí va narrado; pero al fin, previas dichas Ucencias, podia pu­
blicarse lodavia alguno que otro periódico de los llamados ino­
fensivos. En 25 de dicho mes de abril, prohibiéronse todos
ellos, con la sola escepcion de la Gaceta. Vedándose al pueblo
leer, hubiera debido á lo menos permitírsele que se divirtiera'
y en efecto, se le dejaron los toros; pero en cambio se le quita­
ron las máscaras, y cerráronsele los teatros en Murcia y otros
puntos del reino. Los jesuítas desterrados de España en tiempo
de Carlos III, volvieron otra vez á ser llamados, felicitando el
papa á Fernando por este grande y sublime acto en qué tanto
resplandecían sus católicos sentimientos. Con esto y con dejar
la enseñanza de los muchachos exclusivamente encomendada á
los¡ frailes, y á las monjas la de las niñas, solo fallaba que la ti­
ranía durase un par de generaciones para convertir á la España
en una nación monacal tal como el rey la necesitaba para la
realización de sus miras. Los fanáticos quedaron satisfechos al
ver la estrecha unión que reinaba entre el trono y el que llama*
ban altar, y mas viendo al Consejo Real ordenar la compostura
en los templos, presentándose en ellos las señoras sin adornos
de ninguna especie, en tanto que el rey procuraba por medio de
piadosos decretos'inculcar el respeto debido á los ministros de
la religión. Trazas todas encaminadas al' santo fin de atraerse
al clero, sin proveer el riesgo que hay en atraérselo demasiado.
A su tiempo veremos á Fernando poner al borde del precipicio
el solio que trataba de asegurar, por haber pasado la raya que una
buena política aconseja en amistades tan peligrosas. El clero uni­
do al trono en ciertos términos, puede darle un apoyo muy útil:
en oíros es la imagen de la yedra que á la postre carcome al mu­
ro, cuando no lo abate y debriba.
Mientras Dios y el rey alcanzaba victorias que les eran comu-