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en la plaza de la Cebada, y cumplióse el dia 7 de noviembre, y
la muerte del general fué estrepitosamente aplaudida por el mis­
mo feroz populacho que en los dias de su encumbramiento
habia oido sus peroraciones con las mayores muestras de júbilo,
y aclamádole y victoreádole como libertador de la Patria.
Y este suplicio tuvo lugar estando los franceses en Madrid;
y Fernando al recibir la noticia en su marcha á la capital, di­
cen que esclamó : viva Riego!
Y con esto, inmolada la víctima, no tuvo ya el monarca
inconveniente en ir mas aprisa en su viaje; y seguro de que su
presencia en el matritense recinto no habia de crearle el com­
promiso de tener que mitigar el rigor con que Riego habia sido
tratado, entró por fin en la capital una semana justa después de
la ejecución susodicha. Y fué recibido con vítores, y con músicas
y con arcos de triunfo, y tiraron los realistas su carro,y entre
los que ahora aclamaban al absolutamente absoluto, contábanse
no pocos de los pillos que en los tiempos de la anarquía pa­
sada habíanle llamado narizotas y apedreado su carruaje.
Y con llegar el rey á Madrid, no por eso dio muestras de
pensar en dar otro rumbo á las cosas. Y éstas iban de mal en
peor, y el gabinete de las Tullerías llegó á espantarse de las
consecuencias que pudiera traer á la postre un tan refinado sis­
tema de tiranía y persecución, de arbitrariedad y barbarie. Y
no solo la cultísima Francia, sino Rusia, la misma Rusia, se
avergonzó de tanto despotismo; y de aquí la venida á Madrid de
su enviado Pozzo di Borgo, para á nombre de la Santa Alian­
za hacer entrar al rey no en razón, que esto fuera pedirle mu­
cho y esperar mas de lo justo también de las cuatro naciones
aliadas; pero sien una senda que, aunque arbitraria, pareciese
no serlo tanto, y guardase mas miramientos á la esterioridad y