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de dar con los demás cómplices. Cuando el hombre da un tro­
pezón, suele á veces cegado por la cólera vengarse en el mue­
ble ó la piedra que no tienen culpa maldita de percances que
en su precipitación él solo se causa á sí mismo. El gobierno
de Fernando YII procedía con la misma justicia, colgando á los
hombres de bien por tropiezos en que no tenian mas parte sino
la de estar interpuestos entre él y los objetos de su saña que
se le iban de entre las manos en la prisa que se daba á cor­
rer por el camino de la arbitrariedad. Richard pereció en el ca­
dalso sin descubrir á sus compañeros, á pesar de haberle pues­
to en el potro, con el fin de arrancar á sus labios entre las
convulsiones del dolor el secreto que al fin murió con él en su
invencible tenacidad. Su cabeza separada del tronco, quedó es­
puesta en la puerta de Alcalá, como punto principal del teatro
destinado á la realización de la conjuración abortada.
Un acontecimiento como ese debia producir y produjo en
los individuos de la Camarilla un nuevo retorno á los dias de
persecución y terror, quedando asi en agua de cerrajas el breve
y engañoso crepúsculo de tolerancia y benignidad que habia
comenzado á lucir. El tormento dado á Richard estendióse á
otras varias personas por órdenes secretas del rey, entre ellas
al pobre Yandiola, que sufrió el espantoso martirio de los gri­
llos á salto de trucha. «Muchas páginas, dice la historia de Fer­
nando VII, seria necesario llenar para referir los nombres de
los que padecieron injustamente tropelías y apremios por resul­
tado de esta conjuración.»
Fernando mientras tanto estaba viudo, y era estraño que asi
permaneciese quien sobre ser poco aficionado á tener el lecho
vacío, habia de una manera tan triste comprometido su libertad
y la paz de la monarquía con su maldecido prurito de largar-