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en el cual figuraban revueltos los estamentos, el absolutismo,
el verdugo, la opinión pública, la iglesia , el teatro de Oriente,
las cartas del Filósofo Rancio y el fuero de los estudiantes;
pero caos en que á vueltas del Noveno, del Escusado y de las
rogativas, de los concilios y de las iluminaciones, del despojo
de los canónigos de San Isidro y de las precauciones propues­
tas respecto á la admisión de memoriales, preponderaba el san­
to pensamiento de ahorcar á todo bicho viviente que fuese afec­
to á la Constitución, para con esto desagraviar sin duda á
Nuestro Señor Jesucristo, ó hacer mas elocuente la lectura
de la Voz de la Naturaleza, sin perjuicio de saquear á to­
do miliciano nacional artes de enviarle al ejército si por
suerte escapaba del patíbulo, ni mas ni menos que á los co­
merciantes, impresores, libreros,)' demás á que se referia el
proyecto. Que un hombre que así discurría escitase la irritación
general, nada tiene de estraño por cierto; pero como quiera que
fuese, la misma aberración que se observa en el resto de sus
concepciones, si no le acreditaba de loco, le hacia acreedor
á indulgencia, debiendo en todo caso ser el juez, no la turba
erigida en tribunal, quien se atuviese ora al summum jus, ora á
una aplicación mas benigna de las disposiciones legales relati­
vas á la materia. Por desgracia las malas pasiones pudieron
mas en esto que las buenas, y á los pocos dias de preso el in­
sensato conspirador, hubo ya una asonada en Madrid, en la
cual pidió el populacho el pronto castigo del reo, obligando á
la corporación municipal á que robusteciese su demanda, y
logrando quitar á Yinuesa la guardia que tenia en la cárcel,
sustituyendo la de la milicia. Desde entonces pudo augurar­
se el fin que al procesado esperaba, si su sentencia no era
la de muerte. Mientras este seguía en su prisión, complacíanse