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sado un dia después de habilitada Cristina para el despacho de
los negocios, cuando el decreto de 7 octubre mandando abrir
las universidades que Calomarde tenia cerradas, indicaba al
piis alborozado que ya el genio de la reforma subía las gradas
del trono.
Y ni esto, ni el indulto de los presos decretado en el mismo
dia, ni la exoneración sucesiva de Eguía, González Moreno, La­
drón, Romagosa, Sampere y otros furibundos caudillos del ejército
de la Fé reemplazados por autoridades mas tolerantes y concilia­
doras; nada de esto fué mas que el preludio del inmortal de­
creto de AMNISTÍA dado el 15 del mismo mes, y que constitu­
yó por sí solo una época y una revolución. Y el pais com­
prendió la importancia de una medida tan regeneradora, tan
decisiva, tan característica, y la fama esparció por todas partes
el nombre de la reina benéfica, previsora, inteligente, sagaz, que
tan bello y magnánimo uso hacia del poder transitorio con que
el rey le habia investido; que así se aprovechaba de su sueño
para resucitar el liberalismo cuando menos vida tenia; que así
se adelantaba al porvenir para basar el trono de su hija en la
gratitud y el amor, prendas seguras de estabilidad harto mas
que un derecho disputado, aunque no en verdad disputable; que
así, en fin, echaba por tierra el edificio de las proscripciones,
franqueando las puertas de la Patria á los que nunca habian
llamado á ellas sin abrírselas el verdugo, á los que nunca
las habian forzado sin ir á parar al patíbulo ó tener que retro­
ceder condenados á nueva espatriacion, á nuevo y mas terrible
anatema.
Y fué Amnistía aquella la mas lata de cuantas se habían
dado hasta entonces, y si no fué completa, universal, hubo en
ella un bien á pesar mió que la hizo acaso mas bella, anadien-