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presbítero don Juan Antonio López fué acusado de haber aplau­<br />

dido en las galerías délas Cortes los discursos de los constitu­<br />

cionales, y habiendo probado completamente que no habia se­<br />

mejante cosa, mandó el juez se le pusiese en libertad, sirvién­<br />

dole de pena la cárcel sufrida.—¿Sí? dijo Fernando: pues ya!—<br />

Y manifestó en un decreto que no se conformaba con el fallo,<br />

y mandó que el absuelto en justicia fuese á pesar de eso encer­<br />

rado por espacio de seis meses en un convento, que fué el de<br />

carmelitas de Pastrana.<br />

Mas no todo era crueldad en el rey, puesto que aunque por<br />

fuerza, hubo ocasión en que se acreditó de clemente. El des­<br />

graciado Pablo Rodríguez, llamado vulgarmente el Cojo de Má­<br />

laga, fué acusado como el anterior de haber aplaudido en las<br />

Cortes, y de haber concurrido á una música dada á los indivi­<br />

duos délas mismas, suponiéndole autor y cabeza de la serena­<br />

ta. Los celadores de las galerías negaron el hecho primero, y<br />

por lo que toca al segundo, no hubo un solo testigo siquiera que<br />

declarase contra Rodríguez; yeso no obstante le condenó Vadi-<br />

11o, alcalde de casa y corte, á sufrir la pena de horca. Puesto<br />

el infeliz en capilla, presentóse al ministro de Estado el embaja­<br />

dor inglés Vaugham, y le recordó la palabra que el rey habia<br />

dado en Valencia de no castigar á nadie con pena capital por<br />

opiniones políticas anteriores á su vuelta. Era la observación tan<br />

matante, que el rey no pudo menos de acceder alas instancias<br />

del embajador; pero aun así, procuró á lo menos dilatar todo<br />

lo posible la gracia, enviando el perdón cuando el reo estaba<br />

casi al pié de la horca, para que ya que salvase el cuello, se lle­<br />

vase al menos el trago de tener el patíbulo á la vista en la pla­<br />

zuela de la Cebada. La benignidad de Fernando eclipsó enton­<br />

ces la de Marco Aurelio, y el condenado inocentemente á tener

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