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El desembarco de Napoleón en Cannes, redobló en nues­
tra España el mal trato que á los afrancesados se daba, cosa
en verdad que no era para estrañarse, aunque sí que se fuese
tan lejos en materia de persecuciones, que Echevarri creado
por aquellos dias ministro de Seguridad Pública condenase á
cuatro años de presidio y á veinte mil reales de multa á un
Murga cuyos labios profirieron una sola y casi indiferente pa­
labra relativa al emperador, cabiendo suerte muy semejante á
otros que cometieron el delito de elogiar su talento colosal,
enlre ellosá un tal Hurlado, á un Figueroa, á un Meseguer,
y en fin, á un Navarro con otros muchos mas cuya enume­
ración fuera prolija.
(¡ Esto por lo que toca á los restos de los ilusos por Napoleón
que á la sombra de las purificaciones habían quedado en Espa­
ña. Respecto de los liberales, á quien se tralaba aun peor, la
aparición del héroe de Austerlitz les produjo un momento de
respiro allá por tierrra de Andalucía, Siendo destituido y arres­
tado el monstruo que la devastaba, el antes nombrado Negre-
te, á cuyas tropelías puso fin el ministro González Vallejo sus­
tituto de Villaamil en la cartera de Hacienda. Eguía, el inhuma­
no y fiero Eguía, había sido también reemplazado en el minis-
teiio de la Guerra por el general Ballesteros, convertido por la
injusticia de los hombres en semi-absolutista vergonzante, razón
por la cual cayó luego para sustituirle á su vez el marqués de
Campo Sigrado. Esa inesperada tendencia á ideas algo mas
conciliadoras, duró lo que en Fernando el temor de que
Napoleón prevaleciese, obligándole tal vez á retirarse á las
Orillas del Guadalquivir si la tormenta descargaba acá atra­
vesando los Pirineos. Caído para siempre el coloso y vién­
dole ya caminar para la roca de Santa Helena, volvió el rey