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sin tomar medida ninguna para contrarestar la tiranía que por
la parle del Pirineo, y á paso de jigante ó poco menos, por las
puertas se les entraba. Los inmortales triunfos obtenidos por
las armas de la INDEPENDENCIA fueron entonces el fatal beleño
que soporó á nuestros hombres públicos cuando con mas em­
peño que nunca debian coronar la grande obra de la regenera­
ción del país: los que ahora empezaban á obtenerse contra los
serviles armados en los montes de Cataluña, lo fueron á su vez
para el gobierno que regía los destinos de España al declinar
el año 22. ¿Cómo se alucinó hasta el estremo de juzgarse bas­
tante poderoso para hacer frente á la invasión estraña, por solo
las victorias alcanzadas sobre la insurrección interior ? ¿ Có­
mo creyó que la nación toda se alzaría como un solo hom­
bre para contrarestar la primera, cuando en lo relativo á la
segunda estaba dividida en dos bandos, siendo el mas nume­
roso el de los siervos, de los fanáticos y de los ilusos, y de­
biendo inclinar por lo mismo la balanza á favor del estrangero
los que atenidos á sus solas fuerzas hubieran al fin sucumbido
ante la habilidad y pericia del número menor mas ilustrado,
si este hubiera sabido esplotar los recursos que tenia en su
mano para conjurar la tormenta que rugia á su alrededor?
¡ Oh , hubieran sucumbido sin duda! y á sucumbir empe­
zaban ya cuando los hombres de la Santa Alianza decidieron
venir en su auxilio. Mina, el único hombre de aquel tiempo
dotado realmente de acción , de la acción revolucionaria que,
una vez adoptado el sistema de no entrar en transacciones con
nadie, demandaban las circunstancias; Mina, el grande, el in­
trépido Mina, supo de tal manera hacer cambiar, y en muy po­
cos dias por cierto, el aspecto que ofrecía la guerra en la tier­
ra confiada á su mando, que á haber participado de su chispa