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efecto que la de Lulero en el seno del catolicismo, si se permi­
te la comparación, resultando en vez de una dos Iglesias, con
el antagonismo consiguiente. Instalada la nueva sociedad, titu­
lóse la de los Comuneros, y en justo homenaje al caudillo de
la santa y democrática liga vencida tristemente en Villalar,
adoptaron sus afiliados el epíteto de Hijos de Padilla. La no­
vedad de la asociación y el recuerdo de un nombre tan glo­
rioso como el que le servia de lema, atrajo en breve á sus con­
ciliábulos notable multitud de neófitos, todos ellos de lo mas
ardiente que entonces existia en España en juventud y libe­
ralismo, siendo tal ala postre su crédito, que entre paisanos
y militares, de estos gran cantidad de oficiales y mayor sin
comparación de sargentos, llegó á reunir en sus castillos y tor­
res hasta no menos que cuarenta mil, inclusa una porción de
candidatos pertenecientes al bello sexo. Era su distintivo una
banda de color morado, y al ingresar en la sociedad, juraban
dar la muerte á cualquieraá quien esta declarase traidor, com­
prometiéndose, si no lo cumplían, á entregar su cuello al cuchi­
llo, sus restos al fuego y sus cenizas al viento. Juramento ter­
rible en verdad; pero que no debió de ser cumplido, porque
á haber sucedido así, no sin razón dice un escritor que la
sangre hubiera corrido á torrentes. En resolución, la tal secta
pareció proponerse por objeto llevar á cabo inexorablemente
el pensamiento revolucionario; mas no en vano dice el refrán
que va del dicho al hecho gran trecho, porque compuesta en
su mayor parle de inesperlos mozuelos sin hiél, como el cita­
do autor los califica, y siendo harto tristes parodias de los Dan-
Ion y los Robespierre tanto el general Ballesteros como e^
mismo Romero Alpuente, los cuales, sino miente la fama, figu­
raban á su cabeza, era natural que á la postre se contentase