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que la rehabilitación de los ministros, hecha á última hora
por el rey, bastase á impedir la embestida. Este, la reina y la
real familia estaban temblando de miedo: empero la Milicia na­
cional que aquel dia guarnecía el Palacio, supo contener el tor­
rente, no consintiendo á ios amotinados sino enviar una comi­
sión que al penetrar en la real Cámara, contentóse con declamar
sin pasar á vías de hecho , vías por otra parte imposibles, ha­
llándose al lado del rey, junto con el marqués de Santa Cruz
y el conde de Puñonrostro, el valiente general Zayas. Entre­
tanto el ayuntamiento, defensor aquella noche del orden con
igual decisión que la Milicia, habia derribado poco menos que
á puntapiés la mesa de la plaza Mayor, y si bien duró la anar­
quía hasta hora muy avanzada, logróse al fin restablecer el or­
den, adunándose á los esfuerzos de la corporación municipal y
de la susodicha Milicia, los que desplegó por su parte el mi-
islerio rehabilitado.
Hé aquí, pues, el único fruto de la destitución ministerial:
un escándalo mas sobre tantos otros, y redoblar el rey por
sus propias manos el yugo en que sin duda se veia: ¿pero cómo
podia dejársele en su plena y completa libertad, cuando tal
uso hacia constantemente aun de los escatimados derechos que
la Constitución le otorgaba? ¡Miserable y vicioso círculo, del cual
no se podia salir ni recurriendo á la legalidad , ni, hallándonos
faltos de hombres en sentido diametral mente opuesto, y habiendo
trascurrido sobre todo el tiempo en que pudiera hacerse algo con
alguna esperanza de éxito, apelando á medidas de escepcion,
á las medidas revolucionarias.
San Miguel compartió la noche de su anómala rehabilita­
ción entre el restablecimiento del orden y la ímproba y enojosa
tarea de ver de persuadir á Fernando sancionase la traslación que