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dos cámaras; ¿pero cómo se atrevía Chateaubriand á indicar
esta especie, después de haber puesto su firma en el tratado
secreto de Verona, comprometiéndose á hacer desaparecer en
todas partes el régimen representativo, y especial y singular­
mente el nuestro, vol/iendo las cosas al ser y estado que te­
nían en 6 de marzo de 1820? ¿A qué venia, ni aun en la apa­
riencia , su estudiada moderación, si todo ese tono francés
no destruia el brusco y agresor de las demás Potencias alia­
das ? ¿ Qué avenencia , qué transacción eran posibles con
un tan destemplado lenguaje, usado adrede, á lo que pare­
ce , para mas hacer contrastar esas otras frases hipócritas,
aun prescindiendo de la injusticia con que se pretendía impo­
nernos una mentida modificación de la ley fundamental del
Estado?
No seré yo quien culpe á San Miguel, como tantos otros es­
critores lo han hecho, por la determinación que adoptó á con­
secuencia de estos despachos. Yo le he censurado por su imprevi­
sión en no disponerse con tiempo á rechazar una agresión inicua;
pero una vez cometido ese error, ¿cabia en un gobierno de ver­
güenza hacer otra cosa que lo que él hizo, aun cuando estuvie­
ra seguro de sucumbir en la gigantesca empresa que sobre sus
hombros echaba? Asi al menos caia con honra: observando
conducta mas suave, sobre no conseguir modificar una sola de
las exigencias de las Potencias liberticidas, hubiera caido tam­
bién; pero con desdoro y con mengua, y la honra es antes que
todo en las grandes crisis políticas en que no hay salvación po­
sible, ni medio humano de conjurarlas.
La determinación á que aludo fué contestar á las diversas
Cortes en los términos que vamos á ver:
A las deViena, Berlín y San Petersburgo, respondió con la