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considerar que estos últimos no estarían para fiestas tampoco al
verse eu precisión de sonreírse y de saludar al tirano; y que
así como ellos sacrificaron sus justísimos resentimientos en las
aras de la generosidad, hasta el punto de indisponerse con una
parte de sus amigos por su celo en favor del trono y de las pre-
rogalivas reales, debió él como único culpado sacrificar en las
del pais la repugnancia con que los miraba, erijiéndose porsu
parte en el primero de los mantenedores de la causa constitu­
cional, de quien lo que es hasta aquel entonces maldito si po­
dia quejarse en materia de represalias.
El rey pareció en un principio convencerse de la necesidad
de llenar este gran deber, ó al menos parecióles á todos que
así efectivamente parecía. Dícese que resistiéndose Arguelles á
trocar su reciente ostracismo por la silla ministerial, compren­
dió Fernando la causa que motivaba su negativa, y añádese
que para tranquilizarle y para obligarle á ceder, tomó el mo­
narca en sus reales manos el libro de la Constitución, mos­
trándolo al ministro y diciendo: la he jurado sin violencia, y
la cumpliré estrictamente. La respuesta de Arguelles fué acep­
tar, decidido á llenar por su parte los deberes de leal conseje­
ro y demás inherente á su cargo mas ay! Fernando se ol­
vidó bien pronto así de su dramática actitud reproducida en
mil y mil estampas, como de sus solemnes palabras llevadas
por do quier deboca en boca, y el resultado fué cumplirse
el pacto por parle de Agustin y sus colegas, hasta rayar en
héroes... mal digo... hasta degenerar en Quijotes de pundonor y
de lealtad, mientras el Sancho de la tiranía divertíase en ver­
los romper con los yangüeses de la revolución, ó en acometer
lanza en ristre los sabidos molinos de viento de las socie­
dades patrióticas: lodo no mas que por haber creído sinceras