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impotencia, aun cuando recurriese para ello á medidas deses­
peradas. Y esto era tanto mas necesario, cuanto las Poten­
cias del Norte devoraban con ojos ávidos la presa que las
esperaba en la Libenad española, siendo el preliminar de su
embestida el famoso cordón sanitario formado con motivo de la
peste en la raya del Pirineo, y convertido poco después, cuan­
do cesó del todo el azote, en ejército de observación, harto sos­
pechoso en verdad aun á los ojos menos preocupados. O ven­
cían, pues, de una vez los hombres del movimiento, impo­
niendo con su decidida actitud á los constitucionales templados
y con ellos á los absolutistas, ó eran los constitucionales de or­
den los que se sobreponían á estos y á los alborotados secuaces
de la exaltación liberal. Cualquiera de estos dos triunfos era
igual en sus resultados para la felicidad ulterior del pais, aun
cuando cupiesen disputas sobre cual de los dos principios po­
dría traerla mas pronto. Lo único malo era proseguir como se
habia dado comienzo, sin atreverse los mantenedores ya del
uno, ya del otro sistema, á abrazar un partido decisivo y esen-
to de contemplaciones sobre todos sus adversarios. Por desgra­
cia en las filas liberales no habia un solo hombre capaz de se­
mejante resolución, ó de decir con algún hombre célebre: sal­
vemos la patria ante todo, aun cuando se maldiga nuestro nom­
bre, y ni venció la revolución ni el principio constitucional, sino
el que era hostil á los dos, el que odiaba igualmente á los dos,
el personificado en Fernando.
Vueltos de su primera sorpresa los defensores del absolu­
tismo y de los antiguos abusos, los hemos visto constantemente
conspirar contra la situación creada en las Cabezas de San Juan,
siendo el foco de sus maquinaciones una privilegiada mansión,
la morada del gefe del Estado. Cuando las cosas llegan á ese