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pero si carecían de resolución ó de medios para echarlo por
tierra, ¿por qué no abandonaban sus puestos, en vez de ocupar
unas sillas donde no podian sentarse sin mengua, ó sin dar mo­
tivo ácreerlos conniventes en el malhadado complot? Sea cual­
quiera el motivo que á obrar así los determinase , todos ellos,
escepto Balanzat, siguieron hasta el fin de la intriga, desempe­
ñando sus cargos, y dejaudo obrar en aquella crisis la mano de
la Providencia. Solicitados por el rey, y solicitados por el ayun­
tamiento, todo su sistema de orden consistió en mirarse las ca­
ras, encojerse de hombros, deplorar el estado de las cosas, y de­
jar el tiempo correr. Tal fué ni mas ni menos en aquella angus­
tiosa situación Don Francisco Martínez de la Rosa.
Decidida al fin en Palacio la solución del problema, hizo
Fernando arrestar en la regia morada á los buenos de los mi­
nistros, cuya providencia se hizo ostensiva al gefe político y á
algunas otras personas del partido de la moderación, que tam­
bién se hallaban allí. Era esto en la noche del 6; y si hemos de
atenernos á las muestras, la resolución adoptada en los últimos
conciliábulos no era para dejar satisfechos á los partidarios de
un régimen por el estilo del de Francia ó de Inglaterra. Mien­
tras los guardias que habían quedado en Palacio custodiaban
cuidadosamente á los prisioneros y á la familia real cerrando las
Puertas, sus compañeros del Pardo se dirijian silenciosamente á
ta capital, entrando en ella en la mañana del 7 antes del amane­
cer, y dirigiéndose á atacar la Plaza Mayor, después de dejar al­
gunos destacamentos en la Puerta del Sol y en otros puntos. La
Milicia nacional rechazó heroicamente á sus contrarios, dispa­
rando sobre ellos la artillería, y arrollándolos y llevándolos en
retirada basta Palacio, donde en unión con los otros dos ba­
tallones, se vieron los fugitivos precisados á enccrraise.