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ASo 18.7. 67
peñaba el de Estado, fué conferido por el monarca al obispo
de Méchoacan recienvénido de América, hombre tolerante, ilus­
trado, y dotado del suficiente aliento para aconsejar á Fernando
el único camino á propósito que le convenía seguir en el asun­
to de las colonias ; pero asustada la Camarilla al saber seme­
jante elección* pintó al obispo como sospechoso en materia
de ideas políticas, con lo cual fué destituido al punto, en el ac­
to precisamente de irá tomar la posesión del ministerio que se
le habia dado la víspera, y que solo se decidió á aceptar por las
vivas instancias del rey. Hé aquí, pues, para qué todo fuese
anómalo en el reinado de la restauración, hasta el ejemplo de
un ministro muerto en el acto de ser concebido, sin dejarle'
siquiera nacer. Retirado el obispo á su casa, y decidido á no vol­
ver á palacio, donde nadie conseguía medrar sino siendo per­
seguidor, bajo, abyecto, villano ó cosa así, reemplazóle en
29 de Enero de §817 el célebre Lozano de Torres, el hombre
déla adulación, de la ignorancia y de la vileza, para servirme
de las espresiones de la historia tantas veces citada en el discur­
so de este capítulo. Cinco meses mas adelante, menos diez días
á buena cuenta, fué sacrificado también el marqués de Campo
Sagrado por haberse mostrado menos dócil de lo que Chamor­
ro quería, á las artes camarillescas, ocupando su puesto vacan­
te en la Secretaria de la Guerra, el monstruo que ya anterior­
mente habia conseguido deshonrarlo, el sanguinario Don Fran­
cisco Eguía. Dos horas antes de la destitución fulminada contra
el marqués, habia el rey regalado á este un magnífico canasti­
llo de cerezas, colmándole ademas de agasajos como un amante
de los mas rendidos no los hace jamás á su querida. Ahí veréis
si Fernando era diestro en esto de hacer la mamola á todo el
que tomaba por su cuenta.