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que tanto abundó aquella época, dio de la justicia del rey, y de
la moralidad de su gobierno, una idea tan elevada, que solamente
la de los moderados, doctrinarios, conservadores ó monárquico-constitucionales
que tenemos en la actualidad formando la
lepra y la podre de los gobiernos representativos, podría compararse
con ella* «La corrupción y la sed de oro, dice la
obra á que nos referimos, gangrenaban el corazón de los que
ocupaban los altos puestos de la corona, y no se ruborizaban
de concertar los mas vergonzosos tratos vendiendo los empleos
y dignidades al que ofrecía mas crecida suma. Don Pedro Macanaz,
ministro de Gracia y Justicia, tenia en su casa una ama
de gobierno llamada Luisa Robinet , de nación francesa,
que le habia seguido desde su patria con humos y repulgos de
Señora. Terciaba la Luisa cuando vacaban los destinos mas
lucrativos, y ajustada la cantidad y depositada en casa de don
JaymeDot, comerciante, y de otras personas, con anuencia
de Macanaz, recaía la plaza en el generoso pretendiente.»—¡Ay
cuántos Macanazes, Dios mió, cuántas Robinet, cuántos Dot
podríamos contar estos diasl
El escándalo en este punto rayó en aquella época tan alto,
que asi como hay ahora moderados que se avergüenzan de la
conducta observada por tantos de los suyos, hubo entonces absolutistas
que por mas realistas que fuesen, ruborizáronse de
todas veras al ver que habia un rey de ojos tan torpes que no
daba muestras de ver en el bueno de Macanaz lo que hasta los
topos veían. Fernando conoció finalmente que las rapiñas de su
consejero comprometían mas de lo justo el decoro de la tiranía,
y un día, levantándose temprano, metióse en su casa de
patas, haciendo ocupar sus papeles, y mandándole arrestar en
el acto. Probáronsele estafas sin cuento, descubriéndose á va-