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difirió la obediencia no obstante, consultando entretanto al go­
bierno sobre el conflicto en que se encontraba. Sorprendidos los
ministros con la noticia de lo que ocurria, ordenáronle, como era
natural, que prosiguiese en la resistencia, reteniendo el mando en
sus manos mientras la orden de su dejación no se estendiese en
la debida forma. Entretanto estendióse por Madrid el rumor del
regio atentado, y visto un ataque tan claro al artículo 225 del
Código constitucional, sobre cuyo terminantísimo testo no ca­
nia alegar ignorancia en quien así se burlaba de él, compren­
dió el Pueblo liberal el riesgo en que se hallaban las institu­
ciones, y atumultuado como pocas veces, lanzóse á las calles y
plazas. Absortos no menos que el Pueblo los que habian en­
trado en tratos con el Padre Cirilo, y duramente reconvenidos
por sus rivales los moderados, á cuyos oidos llegó la noticia
de la negociación casi contemporáneamente con la nueva del
firman espedido por el rey, no tuvieron para sincerarse de to­
da connivencia con este otro remedio que apoyar la causa de
sus aborrecidos contrarios, siendo tan evidente esta vez la jus­
ticia que asistía á los ministros, que sin perjudicarse á sí pro-
Pws, no podían abandonarlos. Liberales de todos matices unié­
ronse con esto en el propósito de resistir la agresión real, y
masones y sociedades patrióticas clamaron á una voz con el
Mueblo contra la nueva intriga palaciega, siendo tan imponen­
te la asonada , que si no se enrojecieron las calles el 16 de
n
oviembre, fué por no haber quien la resistiera, siendo los mi-
astros del rey los primeros que seencojieron de hombros, con
harto mas disculpa que otras veces, en materia de refrenarla.
Habíase entretanto reunido la diputación permanente, encar­
ada por la Constitución de velar sobre su observancia duran­
te el interregno de las Cortes, y mientras la sociedad de la
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