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qué seguiría imperturbablemente la senda de sus deberes cons­
titucionales , y que si el espectáculo que ofrecía la nación no
contenia á los que intentaban invadirla, se sostendría él al fren­
te de ella para vencer por la mas justa de las causas, por la
causa que era asimismo, anadia, la de todas las naciones cultas
de la tierra. Por supuesto que el espresarse asi, y el llamar como
llamaba á boca llena calumniadoras á las Potencias del Norte
por los sentimientos contraríos á la Constitución que sus des­
pachos le atribuían, no quitaba que por bajo de mano escribie­
se á su emisario González cerca de la regencia de Urgel, apro­
bando todos los actos de ésta y mandándola seguir adelante en
la senda que habia emprendido, sin transigir en manera alguna
con la idea de las dos Cámaras, ó de gobierno representativo de
cualquier especie que fuese, sugerida por la corte francesa.
Entretanto, ¿qué hacia esa corte? Esa corte tenia un Villa—
le, que, como ya se ha referido atrás, desplegaba todos sus esfuer­
zos por dar á las -cosas de la Península una solución menos
triste, procurando atraer á los españoles de todos matices
á un acomodamiento ó transacción cuya base debia ser la
refundición de la Carta. Para mejor conseguir su objeto, no
del todo liberal ciertamente, pero sí plausible algún tanto, ha­
bia pensado ante todo en dar á la Regencia de Urgel sucesora
mas tolerante, menos cínicamente retrógrada, conociendo los
inmensos obstáculos que un gobierno de sangre como aquel, é
incapaz de marchar con la época ni aun siquiera ostensible­
mente, habia de oponer al arreglo. Por desgracia, al discurrir de
este modo, no contaba Villele con la huéspeda, es decir, con
el tratado secreto que Chateaubriand habia firmado, y del cual
si es verdad lo que se dice, nada absolutamente sabia. Fué
pues, edificar sobre arena cuanto hizo aquel hombre de Es-