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ey intervenía en persona, en vez de hacerlo como en la pri­
mera época constitucional una mera regencia á su nombre, dán­
dole así dicha circunstancia un carácter enteramente nuevo, é
infundiendo la grata esperanza de que Fernando no retracta­
ría lo que hacía por sí y ante sí con la misma facilidad que lo
que habia hecho por otros. Colgada la carrera con lujo, salió
el monarca del real alcázar por entre el innumerable gentío y
las lucidas filas de la tropa que alternando con la milicia na­
cional, y como esta vestida de gala, dejaba limpio y espedilo
el tránsito, formando como un doble dique á las oleadas del
Pueblo, que llenando el aire de vivas, mezclaba el ruido de su*
aclamaciones con el de las patrióticas músicas, el estruendo
de los cañonazos y el repique de las campanas. Iba el rey en
una magnífica carroza tirada por ocho caballos adornados de
ricos jaeces, acompañado de la reina y de los infantes, del
mayordomo mayor y de una numerosa servidumbre, con todos
los sabidos accesorios de volantes, lacayos y demás que es en
tales casos costumbre. Así llegó toda la comitiva hasta el edifi­
cio de Doña Maria de Aragón, tumba de las Cortes pasadas, al
al pié de cuya escalera esperaban dos diputaciones de la Re­
presentación nacional reunida otra vez en su recinto y en él
vuelta de nuevo á la vida; una de ellas para acompañar á la
reina y á las princesas á la tribuna que les estaba reservada, y
otra para hacer otro tanto con el rey y los dos infantes al tro­
no levantado en el salón. Henchidas de gente las galerías, veíase
entre los espectadores en su correspondiente tribuna el cuerpo
diplomático europeo, ratificando con su asistencia el reconoci­
miento del sistema constitucional hecho antes por sus respecti­
vos gobiernos. Saludado el rey al entrar por la unánime acla­
mación de los diputados y el Pueblo, fuélo con el mismo en-