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á medida que su elevación se iba acercando al úliimo apogeo.
Y los Voluntarios Realistas se dieron por su parle á los diablos
al ver la futura templanza que parecía como columbrarse, y
quisieron romper en sedición á los dos dias de la ¡caída de su
predilecto Aymerich, y tuvieron que contenerse, vista la acti­
tud del gobierno, y las precauciones tomadas para el mante­
nimiento del orden.
Y todavía vino sobre ellos otro nuevo y terrible golpe, y
este fué la suspirada eslincion de las comisiones nefandas. Y
no por eso se evacuaron las cárceles, ni dejaron de hacerse
prisiones, ni cesaron totalmente los suplicios. Y baste citar uno
solo para prueba de esta verdad, uno que vale por todos ellos,
decretado en el mismo mes en que cesaron las comisiones... el
suplicio del EMPECINADO.
Y este valeroso guerrero estaba en la villa de Roa, /ha"
bíase retirado á su casa verificada la rendición de Cádiz, y allí
pensaba vivir tranquilo, confiado en la garantía de la capitula­
ción militar que, restituido ya el rey á su plena soberanía, hu­
bo de celebrar con los franceses, convencido de la inutilidad
de sus últimos y desesperados esfuerzos en favor del gobierno
caído. Y engañóse aquel grande hombre en la idea que tenia
formada de la buena fé realista, y no bien se restituyó á su
hogar, cayó en las garras de Fuentenebro, corregidor de la
citada villa, y éste le redujo á prisión , y el motivo real de tal
atentado fué el ansia que tenia aquel monstruo de vengar en la
sangre del héroe resentimientos particulares. Y para encubrir
sus designios, hizo girar toda la acusación sobre el hecho de
haber el reo conservado las armas en la mano aun después de
rendido Cádiz, añadiendo el falso supuesto de haber oprimido
con ellas i los hombres del bando fanático. Y era esto cal uro-