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de haber votado la muerte de Luis XVI, habían aceptado fun­
ciones públicas durante el plazo de los Cien dias; la suspensión
de la libertad individual, y el establecimiento de los tribuna­
les prébosialesl ¿No era bien triste semejante ensayo de los go­
bernantes franceses, por muy seguros que pudiesen estar de
tener el apoyo de las cámaras? ¿Podian conservar eternamente
unalínea de conducta tan violenta? El rey se asustó de la pers­
pectiva que se le presentaba delante, y disolviendo el 5 de se­
tiembre de 1816 la cámara llamada popular, elegida arbitraria­
mente bajo la protección de las bayonetas estrangeras en medio
del desorden, del terror, de las matanzas y las proscripciones,
renovó el aspecto de las cosas, reemplazándola con otra mas
templada. Los constitucionales, los liberales, el lado izquierdo,
apoyaron francamente al ministerio que habia provocado esta
medida; mas no por eso la restauradion, ó la facción que la re­
presentaba, dejó en el fondo de su corazón de ser menos ene­
miga que antes de los progresos de la Libertad. Las leyes re­
presivas de la prensa; la censura y el doble voto establecidas
después de la muerte del duque de'Berry, asesinado en 1820
por el fanático Louvel al salir de la ópera; los ministerios Vi-
lléle, Gorbiere y Peyronnet; las nuevas leyes contra los escrito­
res y la imprenta;, las maniobras subterráneas de un gobierno
oculto en favor de los ultra-realistas; los fraudes ministeriales
en las elecciones; la guerra sordamente preparada contra la re­
volución española, mientras la Santa Alianza por su parte abo­
gaba las de Ñapóles y el Piamon te, y en fin, otros muchos es-
cesos de índole ya mas que reaccionaria y á que mas adelante
sirví ó de corona la expulsión del diputado Manuel, acabaron
de echar por tierra todas las esperanzas liberales, dando lugar
á varias insurrecciones, hijas unas del patriotismo, y otras arti-