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unas mismas razones, entró el recelo, sin duda injusto, de que
tiraba á ganar tiempo, cuando era preciso no desperdiciar los
instantes, y cuando constaba por otro lado haber una conjura­
ción próxima á romper en alboroto, con el intento de disolver
las Cortes y restablecer al rey en el uso de su autoridad anti­
gua. Manifestaron algunos diputados imprudente impaciencia
de cortar el hilo del discurso, al parecer interminable, con que
se impugnaba la proposición de Galiano. Pero éste y otros so­
segaron á sus poco cuerdos aprobadores, manifestando cuán­
to importaba la serenidad en aquella hora, si bien no debían
ignorar que acto de tal violencia como era el propuesto no em­
peoraría por ser arrancado á la fuerza, pues su única justifi­
cación consistía en que tuviese medianamente buenas resultas.
Callaban las tribunas contra lo que era de esperar; pero si nin­
gún acento claramente articulado sonaba, murmullos sordos y
gestos feroces declaraban temibles peligros , si las Cortes de­
jaban la salvación del Estado á la ciega fortuna. Aplacaron al
fin su furor los impacientes; acabó de hablar Vega, cansado sin
duda por la vehemencia con que se espresaba, respondióle
brevemente Arguelles sustentando la proposición, y tras de unas
pocas palabras pronunciadas por dos ó tres diputados, dándo­
se el punto por suficientemente discutido, fué á votarse. Hubo
quien quisiese votación nominal, y aun sonaron voces pidién­
dola , pero acudieron solícitos Galiano y otros para acallarlos,
haciéndoles presente que, sobre perderse tiempo en la cere­
monia de ir dando cada diputado su voto, habría riesgo de que
fuese corto el número de votantes, porque no faltaban quienes
temiesen disgustar, desaprobando, á los constitucionales pre-
presentes y enfurecidos, ú ofender, aprobando, á los realistas
poco distantes y con esperanzas y probabilidades de quedar vie-