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Y tal érala mansedumbre con que el monarca se acreditaba
en los postreros años de su vida, aun teniendo ya un pié en la
tumba. Y teníalo tanto en efecto, que este año, el 12 de junio,
creyó conveniente otorgar sus últimas disposiciones, á fin de
que la muerte anunciada por la gota con ataques cada vez mas
reiterados y con períodos menos regulares, no le cogiese des­
prevenido.
Y Cristina por lo demás procuraba inclinar su ánimo a
medidas mas conciliadoras, y los secretarios del rey Grijalva
y Martínez Salcedo la ayudaban en tan sublime obra ; pero si
sucedía alguna vez que Fernando se templase algún tanto, era
solo momentáneamente, volviendo luego á inflamar su sangre el
ministro de Gracia y Justicia y el furibundo obispo de León, el
mas intolerante y fanático de todos los prelados españoles , en
quien solia á solas desahogarse, dispensándole confianzas de que
él mismo se jada en sus escritos.
Y la diferencia existente entre los caracteres é inclinaciones
de los dos augustos esposos, revelóse este año en dos hechos,
uno salvaje como los instintos que caracterizaban á su autor,
y otro antípoda suyo en lo culto y en su influencia civilizadora,
como cumplía á los de la mujer que estaba destinada á restau­
rar nuestras Libertades perdidas. Y el primero fué el célebre
decreto por el cual creó el rey en Sevilla una escuela de Tau­
romaquia, nombrando maestro de ella al famoso Pedro Rome­
ro con 12,000 rs. de sueldo al año, y dándole el dictado de
Don, y ayudante á otro torero de nota, á Don Gerónimo José
Cándido, con otros 12,000 entre los ocho que como tal se le
señalaban, y los cuatro que se le suplían por el ministerio de
Hacienda. Y por lo que toca al segundo, es decir, al segundo
hecho, bastará para justificar la calificación que le he dado de