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asgo digno de Calígula. Con él iban algunos oficiales iniciados
en la conspiración, los cuales, al verla frustrada, acabaron de
insultar por su parte aquellos restos inanimados, formando en
su presencia el cortejo del hombre cuya ruina hahian jurado po­
cos dias antes, y cuya sonrisa, mendigaban ahora, trocando en
adulaciones y bajeza su reciente papel de enemigos. Un rasgo
falta solo añadir para que todo sea repugnante en aquella
espantosa venganza paliada con el nombre de justicia, y es el
empeño que puso Elío en saber la estension de los planes del
desventurado Vidal, recurriendo para ello al arbiliro de interrogar
al franciscano Pérez, sacerdote que le habia asistido en sus pos­
trimeros instantes. Negóse este con firmeza á revelarle los secre­
tos de la confesión, y el premio que dio Elío á su virtud fué
hacerle salir desterrado, no sintiéndose con fuerzas sin duda pa­
ra ser mas severo con él, alzando otro nuevo patíbulo.
Los hombres del rey entretanto, en vez de remontarse al
origen de tan repetidos proyectos de tenaz é insistente insurrec­
ción, y de evitar en lo sucesivo las causas que los motivaban,
celebraron su último triunfo con la mas delirante alegría, si­
guiendo impenitentes en el mal, y haciéndolos cada dia mas
ciegos el éxito constantemente feliz con que para iludirlos me­
jor, parecia coronarlos la suerte. Quos Deus vult perderé, prius
dementat: á los que el cielo quiere perder, los hiere de demen­
cia primero. Tanto abusar de las ejecuciones, habia ya llegado á
gastarlas, familiarizando á los conspiradores con la ¡dea de los
cadalsos, y haciendo en ellos cuestión de amor propio desafiar á
sus opresores y fatigar el hacha del verdugo. El pueblo silencio­
so y sombrío, no tomaba parte en la lucha; pero compadecía las
víctimas, y se iba inclinando á creer que en alzamientos tan re­
petidos debia haber un fondo de razón, siendo materialmente