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mos á Malla y á Helgoland, con ítem mas algunas colonias, y
aínda mais el protectorado de las Islas Jónicas, porque somos
los representantes de otra poderosa nación que se llama la Gran
Bretaña.
—Y yo, suspiró Labrador, dejaré á las altas potencias que
hagan lo que mejor les acomode; y para que no se me atufen,
me iré con las manos vacías, y hasta cederé á quien lo quie­
ra el bello ducado de Parma de que nos despojó Napoleón
porque soy el representante de Un rey que deporta y fusila á
los que mejor le han servido, de un gobierno que premia á los
apóstatas y ahorca á los hombres de bien, y para acabar de una
vez, de un monarca y un gabinete que con tal que los dejen á
sus anchas tiranizar la España en lo interior, les importa en lo
esterior un comino que la humillen y la dejen sin nada.
—Bravo! bravo! esclamaron las potencias que se habían re­
partido el botín; la nación española es generosa, y está repre­
sentada dignamente. Sean de hoy mas las armas del escudo con
que la España premie á Labrador, armas dignas de su apellidó
y de su inmenso tacto diplomático: ios aperos de la labranza.
Y con esto se disolvió la Asamblea, llevando á cabo otras
reparticiones, compensaciones, cambios y traspasos en que ju­
garon Dinamarca y Suecia, Baviera y no sé que otros reinos,
quedando la Holanda y la Bélgica erijidas en monarquía titula­
da de los Países Bajos, la Cracovia en estado libre, Hannover
en reino moderno, el Luxemburgo en Gran Ducado aparte, etc.
etc, ele; siendo estos los célebres tratados de 1815, y esta
la Santa Alianza cuyos vínculos veremos aflojarse á su tiempo
con la revolución del año 30; sin que la mano de Luis Felipe
caido del trono de julio cuando estoy escribiendo estas líneas,
haya podido restablecerlos sino de una manera vergonzante