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para lucirse en mas empresas que las reducidas á dar v recibir
cuchilladas. Nuestro célebre Alfonso el Sabio lo supo lodo me­
nos ser monarca, y por ese estilo fué Riego, buena cabeza in­
dudablemente, mas para todo lo que no fuese erijirse en cau­
dillo de un partido. Y es que hay mil especies de ingenio, como
asegura la Frenología, y hay un singula qucequ-e locum al cual
dicen Horacio y la razón que debe cada cual atemperarse; v
asi como el rey susodicho fué sabio en sentido científico sin
serlo como hombre de mundo, asi estotro, teniendo talento
hasta para las cosas políticas, lo tuvo solo en lo ideal y abs­
tracto, careciendo del seso consiguiente para acreditarlo en la
práctica. Recibió, pues, Riego la orden de la disolución del ejér­
cito, y con ella una artera carta en la cual le decían los minis­
tros el singularísimo aprecio en que el monarca y ellos le te­
nían , añadiéndole que les seria muy grato conocerle personal­
mente. Era esto darle el acíbar, pero untando, como dice el
Tasso, el borde del vaso con miel, esperando que Riego, á fuer
de candido ó de mal conocedor de los hombres, no cayese en
lo amargo del licor hasta que lo tuviese en el cuerpo.
El artificio de los ministros era en tanto demasiado grose­
ro para que por inocente que fuese el hombre á quien querían
engañar, consiguiesen desde luego su objeto. Riego llevó el vaso
á los labios, y hasta saboreó con placer lo que en él había de
dulce; mas por entonces no pasó de aquí, pues avisado con
anticipación de la calidad del brebage, se abstuvo de llegar á las
heces, devolviéndolas al ministerio en otro recipiente parecido,
es decir, bordi-melífluo también. Contestó, pues, con arreglo
al plan de los revolucionarios de Madrid, que habia recibido la
orden, y añadiendo que la acataba (esta era la parte do/ce), re­
presentó no obstante contra ella en términos tan firmes y enér-
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