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algunas modificaciones, considerado transcurrido el plazo, aun­
que en todo rigor no sea asi, señalado para su reforma. Cuando
las Cortes estraordinarias promulgaron su obra inmortal, estaba
yo ausente del reino. iSerá útil y conveniente que hoy que no es­
tamos en el mismo caso, procedan la Corona y la Asamblea á
ponerse mutuamente de acuerdo para revisar el gran pacto que
reciprocamente las une! No es esta exigencia que impongo: es
consideración meramente que someto á vuestra cordura, previ­
sión y sabiduría.»
La especie era atrevida sin duda; pero adoptándola precau­
ción de presentarla en forma de consulla, no era para arredrar
á hombres de Estado que lo hubieran realmente sido, y un mi­
nisterio de orden como aquel debió aceptar su responsabilidad,
como aceptó la del rompimiento con los caudillos revoluciona­
rios por menos importante motivo. ¡ Oh Arguelles, benemérito
Arguelles! ¿Por qué te encaprichaste con la idea de ser inme­
jorable tu obra? ¿Porqué pensaron como tú pensaste los demás
autores del Código, y con ellos sus restablecedores? Tal fué en
su mayor parte la razón de dejar en el tintero una ¡dea tan in­
dicada por las circunstancias; no la consideración de que el pár­
rafo pecase un si es ó no es de atrevido.
La arenga que con arreglo á lo prevenido en la Carta debia
pronunciar el Presidente (éralo en aquel acto el liberal Espiga,
arzobispo electo de Sevilla y diputado en la primera época), abun­
dó en sentimientos idénticos á los por el rey espresados, no sin
pasar á veces la raya en los elogios que le tributó con la mira po­
lítica sin duda de hacerle formar del Congreso la mejor idea po­
sible. Por lo demás, acorde el arengante con las ideas de mode­
ración y de orden que servían de base al ministerio, estúvolo
muy particularmente con dar para siempre al olvido el recuerdo