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El infierno de Gabriel_1

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mejor amiga quiso que me lo quedara. Murió hace poco.<br />

—Lo siento, Conejito. No lo sabía.<br />

Le dio unas palmaditas en la mano y <strong>de</strong>jó el CD en el sofá, entre<br />

los dos. Julia no se apartó. De hecho, estuvo rebuscando en el maletín<br />

hasta que encontró el CD <strong>de</strong>l profesor Emerson y se lo <strong>de</strong>volvió, sin<br />

apartar la mano que Paul le tenía sujeta en ningún momento.<br />

—¿Qué puedo hacer para convencerte <strong>de</strong> que aceptes mi<br />

regalo? —preguntó él, mientras guardaba el CD <strong>de</strong> Mozart en su<br />

maletín.<br />

—Nada. Ya he recibido <strong>de</strong>masiados regalos últimamente. Estoy<br />

servida.<br />

Paul en<strong>de</strong>rezó la espalda y sonrió.<br />

—Deja que lo intente. Tienes unas manos tan pequeñas... Nadie,<br />

ni siquiera la lluvia, tiene las manos tan pequeñas —añadió, moviendo<br />

sus manos unidas para verlas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> todos los ángulos. La <strong>de</strong> Julia se<br />

veía diminuta <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las <strong>de</strong> él.<br />

<strong>El</strong>la lo miró con curiosidad.<br />

—Es muy bonito. ¿Se te ha ocurrido ahora?<br />

Paul apoyó la cabeza en el respaldo y se acercó la mano <strong>de</strong><br />

Julia a los ojos, mientras le trazaba la línea <strong>de</strong> la vida con el pulgar.<br />

Parecía como si le estuviera leyendo la palma <strong>de</strong> la mano.<br />

—No, es una cita <strong>de</strong>l poema <strong>de</strong> E. E. Cummings, «En algún<br />

lugar al que nunca he viajado». ¿Lo conoces?<br />

—No, pero me encantaría. —La voz <strong>de</strong> Julia sonó tímida <strong>de</strong><br />

repente.<br />

—Algún día te lo leeré. —Paul la miró a los ojos con una sonrisa<br />

esperanzada.<br />

—Me gustará mucho.<br />

—No es <strong>de</strong> Dante, pero es bonito. —<strong>El</strong> pulgar <strong>de</strong> Paul le<br />

presionó ligeramente la mano—. Y me recuerda a ti. Tú estás en un<br />

lugar al que nunca he viajado. Tú, tu fragilidad y tus manos diminutas.<br />

Julia se inclinó hacia a<strong>de</strong>lante para disimular el rubor que le<br />

cubría las mejillas y bebió un poco <strong>de</strong> café. Pero permitió que Paul<br />

siguiera acariciándole la mano dulcemente. Al llevarse el vaso a los<br />

labios, su vetusto jersey <strong>de</strong> lana lila le resbaló un poco <strong>de</strong>l hombro,<br />

<strong>de</strong>jando al <strong>de</strong>scubierto unos cinco centímetros <strong>de</strong> tira <strong>de</strong> sujetador <strong>de</strong><br />

algodón blanco y una curva <strong>de</strong> piel <strong>de</strong> alabastro.<br />

Inmediatamente, Paul le soltó la mano y le cubrió la inocente tira<br />

con el jersey, apartando la vista para no incomodarla.<br />

—Así —susurró—. Arreglado.

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