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El infierno de Gabriel_1

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—¿La «P» es <strong>de</strong> Princeton o <strong>de</strong> Paul? —bromeó él, haciendo<br />

oscilar las llaves <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sus ojos.<br />

Julia se las arrebató <strong>de</strong> la mano con una mueca y las guardó en<br />

la mochila.<br />

<strong>Gabriel</strong> sonrió ante su reacción.<br />

—Espera un momento. Quiero asegurarme <strong>de</strong> que Paul no está<br />

esperando con un rifle para dispararle al lobo y salvar al pato. —Tras<br />

un rápido vistazo al pasillo vacío, dijo—: Vamos, iremos por la<br />

escalera.<br />

La empujó para que saliera <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spacho y cerró la puerta con<br />

llave.<br />

—¿Estás bien? ¿Pue<strong>de</strong>s ir andando? Po<strong>de</strong>mos atravesar por<br />

Victoria College y subir por la calle Charles. O puedo llamar a un taxi<br />

—susurró, sosteniéndole la puerta <strong>de</strong> la escalera.<br />

—¿Adón<strong>de</strong> me llevas?<br />

—A casa.<br />

Julia se relajó durante un segundo.<br />

—A mi casa. Conmigo —especificó él, acercándose mucho a su<br />

cara.<br />

—Pensaba que te alteraba <strong>de</strong> todas las maneras posibles.<br />

<strong>Gabriel</strong> en<strong>de</strong>rezó la espalda.<br />

—Lo haces. No sabes hasta qué punto. Pero son las seis <strong>de</strong> la<br />

tar<strong>de</strong> y estás muerta <strong>de</strong> hambre. No voy a llevarte a ningún sitio<br />

público <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo que ha pasado. Y no puedo prepararte una cena<br />

en condiciones en tu casa.<br />

—Pero sigues furioso. Lo veo en tus ojos.<br />

—Y tú también estás furiosa conmigo, estoy seguro. Pero confío<br />

en que lo superemos. En estos momentos, cada vez que te miro, sólo<br />

puedo pensar en besarte.<br />

La soltó y empezó a bajar la escalera.<br />

—Paul podría llevarme a casa.<br />

—¿Quieres que te lo repita? Que le <strong>de</strong>n a Paul. Eres mi Beatriz.<br />

Me perteneces.<br />

—<strong>Gabriel</strong>, no soy tu Beatriz. No soy la Beatriz <strong>de</strong> nadie. Los<br />

<strong>de</strong>lirios tienen que acabar.<br />

Él le puso una mano en el brazo para <strong>de</strong>tenerla.<br />

—Nadie tiene el monopolio <strong>de</strong> los <strong>de</strong>lirios. Nuestra única<br />

esperanza es <strong>de</strong>dicar el tiempo que necesitemos a <strong>de</strong>scubrir quiénes<br />

somos en realidad y <strong>de</strong>cidir luego si es una realidad con la que ambos<br />

podamos convivir.

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