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El infierno de Gabriel_1

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también la seda azul claro <strong>de</strong> las cortinas, la colcha y los escasos<br />

muebles.<br />

Entre tanta sencillez, <strong>de</strong>stacaba la enorme cama y su cabecero<br />

ricamente labrado, con columnas a los lados, y el pie <strong>de</strong> la cama, más<br />

bajo pero con una talla igual <strong>de</strong> intrincada.<br />

«Medieval —pensó ella—. Qué a<strong>de</strong>cuado.»<br />

Pronto, algo aún más sorpren<strong>de</strong>nte que las fotografías captó su<br />

atención. Al ver lo que ocupaba la cuarta pared, la boca se le abrió sin<br />

po<strong>de</strong>r evitarlo.<br />

Al pie <strong>de</strong> la gran cama medieval <strong>de</strong> <strong>Gabriel</strong>, <strong>de</strong>sentonando<br />

bastante entre las fotografías eróticas en blanco y negro, vio un cuadro<br />

prerrafaelita a todo color. Los vivos y gloriosos tonos pertenecían a<br />

una reproducción a gran escala <strong>de</strong>l cuadro <strong>de</strong> Dante y Beatriz <strong>de</strong><br />

Henry Holiday, el mismo cuadro que colgaba junto a la cama <strong>de</strong> ella.<br />

Se volvió hacia <strong>Gabriel</strong> y luego miró el cuadro <strong>de</strong> nuevo. Él podía<br />

verlo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la cama. Se lo imaginó quedándose dormido cada noche<br />

contemplando el rostro <strong>de</strong> Beatriz. Era la última imagen que veía cada<br />

noche y la primera que vislumbraba por las mañanas. No sabía qué<br />

tenía ese cuadro para <strong>Gabriel</strong>. Él era la razón por la que ella lo había<br />

comprado. ¿Sería ella la razón por la que lo había comprado él?<br />

La i<strong>de</strong>a la hizo estremecer. No importaba quién entrara en su<br />

dormitorio. No importaba qué chica fuera a calentarle la cama, Beatriz<br />

siempre estaba allí, siempre estaba presente.<br />

Pero <strong>Gabriel</strong> no recordaba que ella era Beatriz.<br />

Sacudiendo la cabeza para librarse <strong>de</strong> esa i<strong>de</strong>a, se acercó a él y<br />

lo convenció <strong>de</strong> que se tumbara en la cama. Luego lo cubrió con la<br />

sábana y el edredón <strong>de</strong> seda y le remetió los bor<strong>de</strong>s por <strong>de</strong>bajo, a la<br />

altura <strong>de</strong>l pecho. A continuación se sentó a su lado. <strong>Gabriel</strong> la estaba<br />

mirando.<br />

—Estaba escuchando música —murmuró, como si hubieran<br />

<strong>de</strong>jado una conversación a medias y la estuviera retomando.<br />

—¿Qué tipo <strong>de</strong> música? —preguntó Julia, algo confusa.<br />

—Hurt, <strong>de</strong> Johnny Cash. Una y otra vez, sin parar.<br />

—¿Por qué escuchas esas cosas?<br />

—Para recordar.<br />

—Oh, <strong>Gabriel</strong>. ¿Por qué?<br />

Julia parpa<strong>de</strong>ó para no llorar. Ésa era la única canción <strong>de</strong> Trent<br />

Reznor que podía escuchar sin sentir náuseas, pero siempre la hacía<br />

llorar.<br />

<strong>Gabriel</strong> no respondió.

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