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El infierno de Gabriel_1

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<strong>de</strong>scribe el lugar especial que Dios reserva a los niños. «De los que<br />

son como ellos es el reino <strong>de</strong> los cielos.» Y en el paraíso sólo hay<br />

amor y perdón. No hay odio ni maldad. Sólo paz.<br />

<strong>Gabriel</strong> la atrajo hacia sí y permanecieron así abrazados largo<br />

rato. Julia nunca se habría imaginado que ése fuera su secreto.<br />

Aunque le dolía verlo tan triste y melancólico, su sufrimiento era real y<br />

no podían obviarlo.<br />

<strong>El</strong>la nunca había amado a un niño que hubiera muerto. No podía<br />

hacerse una i<strong>de</strong>a exacta <strong>de</strong> su dolor, pero igualmente se sentía llena<br />

<strong>de</strong> compasión hacia él. Tenía una gran necesidad <strong>de</strong> ayudarlo a<br />

reconocer su valía. Ayudarlo a aceptar que era un ser digno <strong>de</strong> ser<br />

amado, a pesar <strong>de</strong> los pecados que hubiera cometido en el pasado.<br />

Sentada en su regazo, con la blusa aún húmeda por sus lágrimas,<br />

<strong>Gabriel</strong> Emerson se le presentó con mucha más claridad. En muchos<br />

aspectos, seguía siendo un niño pequeño, un niño que tenía miedo <strong>de</strong><br />

que no le perdonaran sus errores. Y <strong>de</strong> que no lo amaran por culpa <strong>de</strong><br />

éstos.<br />

Pero ella lo seguía amando.<br />

—<strong>Gabriel</strong>, no pue<strong>de</strong>s estar cómodo en esta silla.<br />

Él le dio la razón, asintiendo contra su hombro.<br />

—Ven. —Levantándose, le dio la mano para que la siguiera. Lo<br />

condujo hasta el sofá y lo animó a sentarse, mientras ella encendía la<br />

chimenea a gas.<br />

<strong>Gabriel</strong> se quitó los zapatos y Julia le dijo que se tumbara,<br />

apoyándole la cabeza en su regazo. Tras acariciarle las cejas con un<br />

<strong>de</strong>do, le pasó los <strong>de</strong>dos por el pelo hasta que él cerró los ojos.<br />

—¿Dón<strong>de</strong> está Paulina ahora?<br />

—En Boston. Cuando cobré la herencia, abrí un fondo <strong>de</strong><br />

inversión a su nombre y le compré un piso. Ha estado en un centro <strong>de</strong><br />

rehabilitación un par <strong>de</strong> veces, pero básicamente está bien cuidada.<br />

Volvió a Harvard hace un par <strong>de</strong> años, aunque se lo está tomando con<br />

calma.<br />

—¿Qué pasó la noche que llamó mientras cenábamos?<br />

<strong>Gabriel</strong> la miró confuso, hasta que recordó la noche en cuestión.<br />

—Me había olvidado <strong>de</strong> que oíste esa conversación. Había<br />

bebido y tuvo un acci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> coche. Estaba histérica y pensé que iba<br />

a tener que coger un avión hasta allí. Sólo me llama cuando se mete<br />

en líos. O cuando quiere algo.<br />

—¿Y qué pasó?<br />

—Hice la maleta, pero antes <strong>de</strong> salir hacia el aeropuerto, llamé a

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