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El infierno de Gabriel_1

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—Bobadas. ¿No lo dirás en serio? ¿Piensas que esto son<br />

jueguecitos <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r? —Le arrancó la mochila que sujetaba con los<br />

<strong>de</strong>dos agarrotados y la tiró a un lado. Luego la obligó a volverse y le<br />

sujetó la cara entre las manos—. ¿De verdad crees que sería capaz<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>struirte, con nuestra historia?<br />

—No soy yo la que tiene problemas <strong>de</strong> memoria. Y no, claro que<br />

no estoy satisfecha. ¿Crees que era esto lo que buscaba? Soy muy<br />

infeliz. Cuando finalmente te encuentro, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todos estos años,<br />

¡has cambiado tanto que apenas te reconozco!<br />

—No me has dado la oportunidad <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostrarte cómo soy en<br />

realidad. ¿Y cómo voy a saber lo que esperas <strong>de</strong> mí si no hablas<br />

conmigo? ¡No me explicas nada!<br />

—¡A gritos no vas a conseguir que hable contigo!<br />

<strong>Gabriel</strong> le aplastó la boca con la suya, brevemente pero con<br />

mucha pasión, antes <strong>de</strong> volver a susurrarle al oído:<br />

—Habla conmigo —le or<strong>de</strong>nó, acariciándole el lóbulo <strong>de</strong> la oreja<br />

con los labios.<br />

Julia permaneció en silencio, sintiendo cómo la energía fluía<br />

entre los dos como una serpiente <strong>de</strong> furia y <strong>de</strong> pasión <strong>de</strong>vorándose a<br />

sí misma.<br />

—Dime lo que quieres o márchate.<br />

Al ver que ella no respondía, <strong>Gabriel</strong> se apartó lentamente. <strong>El</strong>la<br />

sintió su ausencia <strong>de</strong> inmediato y habló sin filtrar las palabras:<br />

—Nunca he querido a nadie más.<br />

Él la miró a los ojos antes <strong>de</strong> besarla. Sus labios se unieron con<br />

firmeza, juntando sus alientos, sus bocas húmedas y resbaladizas.<br />

<strong>Gabriel</strong> le acarició la mejilla y la oreja antes <strong>de</strong> sujetarla por la nuca.<br />

Mientras le aprisionaba la boca con la suya, le acariciaba la piel, para<br />

tranquilizarla. Sus labios flotaban juntos, <strong>de</strong>slizándose, <strong>de</strong>vorándose<br />

entre sí. Tras unos instantes, él le echó la cabeza hacia atrás<br />

rogándole sin palabras que separara los labios.<br />

Julia no respiraba. Era imposible. Las sensaciones eran<br />

<strong>de</strong>masiado intensas: el sabor a licor <strong>de</strong> menta, el aroma <strong>de</strong> Aramis, su<br />

aliento, que la consumía. Ante la falta <strong>de</strong> respuesta <strong>de</strong> ella, <strong>Gabriel</strong> le<br />

recorrió el labio inferior explorándolo con precaución, antes <strong>de</strong><br />

apo<strong>de</strong>rarse <strong>de</strong> él hábilmente y <strong>de</strong> metérselo en la boca. Julia ahogó<br />

una exclamación ante la sensación, extraña y tan íntima.<br />

<strong>Gabriel</strong> jugueteó con su labio entre los suyos. Todo era nuevo,<br />

pero al mismo tiempo curiosamente familiar. Labios, dientes, el dulce<br />

juego <strong>de</strong> la lengua. La pasión permaneció, pero la rabia se transformó

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