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El infierno de Gabriel_1

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—Debes estar con alguien que te trate con amabilidad —dijo<br />

Julia, secándose la mejilla con el dorso <strong>de</strong> la mano—. Prométeme que<br />

nunca volverás con ella. O con alguien como ella.<br />

<strong>Gabriel</strong> le dirigió una dura mirada.<br />

—Te dije que no tendrías que compartirme con nadie. Cumplo<br />

mis promesas.<br />

<strong>El</strong>la negó con la cabeza.<br />

—Digo nunca más. Ni siquiera <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mí. Prométemelo.<br />

<strong>Gabriel</strong> gruñó.<br />

—Lo dices como si fuera inevitable que vaya a haber un<br />

<strong>de</strong>spués.<br />

Julia se secó otra lágrima.<br />

—Prométeme que no <strong>de</strong>jarás que nadie te maltrate para<br />

castigarte a ti mismo. Pase lo que pase.<br />

Él apretó los dientes con más fuerza.<br />

—Prométemelo, <strong>Gabriel</strong>. No volveré a pedirte nada, pero<br />

prométeme esto.<br />

Entornando los ojos, él la observó en silencio unos instantes<br />

antes <strong>de</strong> asentir.<br />

—Te lo prometo.<br />

Julia se relajó y <strong>de</strong>jó caer la cabeza hacia a<strong>de</strong>lante, física y<br />

emocionalmente exhausta.<br />

<strong>Gabriel</strong> no se había perdido <strong>de</strong>talle <strong>de</strong> las emociones que habían<br />

batallado en su rostro, tan pronto pálido como sofocado, o <strong>de</strong>l modo<br />

<strong>de</strong> retorcerse la tela <strong>de</strong>l vestido. Le dolía mucho verla tan disgustada.<br />

Y verla llorar era <strong>de</strong>sesperante.<br />

«<strong>El</strong> ángel <strong>de</strong> ojos castaños estaba llorando por el <strong>de</strong>monio. <strong>El</strong><br />

ángel lloraba porque le dolía que alguien le hiciera daño a él.»<br />

Sin una palabra, la agarró y la sentó sobre su regazo. Apoyó su<br />

cabeza <strong>de</strong>licadamente en su pecho y la abrazó.<br />

—No más lágrimas. Ya has <strong>de</strong>rramado <strong>de</strong>masiadas lágrimas por<br />

mí —le susurró al oído— y te aseguro que no me merezco ni una.<br />

—Suspiró pesaroso—. He sido muy egoísta queriendo estar contigo,<br />

Julianne. Deberías estar con alguien <strong>de</strong> tu edad, alguien bueno, como<br />

tú. No con un retorcido Calibán, que merece estar en la isla <strong>de</strong> La<br />

tempestad y no a tu lado.<br />

—A veces eres tan inocente como yo.<br />

—¿Cuándo? Dímelo.<br />

—Cuando me abrazas. Cuando me acaricias el pelo —susurró<br />

ella—. Cuando estamos en la cama juntos.

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