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El infierno de Gabriel_1

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siquiera calcetines. (Incluso los pies <strong>de</strong> <strong>Gabriel</strong> eran atractivos.)<br />

—Buenos días, amor mío. —Inclinándose hacia ella, le acarició<br />

la mejilla y la besó con firmeza—. Me gusta tu ropa —comentó, con la<br />

mirada fija en la cantidad generosa <strong>de</strong> carne que asomaba bajo los<br />

faldones <strong>de</strong> la camisa.<br />

—Y a mí la tuya. Estás tremendamente informal esta mañana,<br />

profesor.<br />

Él le dirigió una mirada ardiente.<br />

—Señorita Mitchell, tiene suerte <strong>de</strong> que haya <strong>de</strong>cidido ponerme<br />

algo encima.<br />

Al ver cómo se ruborizaba, se echó a reír y <strong>de</strong>sapareció en la<br />

cocina.<br />

«Oh, dioses <strong>de</strong> las vírgenes que planean acostarse con sus<br />

novios que son unos auténticos dioses <strong>de</strong>l sexo —sin intención <strong>de</strong><br />

blasfemar—, por favor, no permitáis que muera por combustión<br />

espontánea cuando por fin me lleve a la cama. Necesito que me dé<br />

antes un orgasmo. Al menos uno. Por favor. Por favor.»<br />

Poco <strong>de</strong>spués, <strong>Gabriel</strong> volvió y se sentó en el sofá con una taza<br />

<strong>de</strong> café, rascándose la barba. La miró con el cejo fruncido.<br />

—Estás muy lejos —le dijo, dándose unas palmaditas en la<br />

rodilla.<br />

Julia sonrió y se acercó a él, <strong>de</strong>jando que la guiara, hasta quedar<br />

cómodamente sentada en su regazo. <strong>Gabriel</strong> le ro<strong>de</strong>ó las ca<strong>de</strong>ras con<br />

un brazo, levantándole la camisa para po<strong>de</strong>r apoyar la mano<br />

directamente en sus braguitas.<br />

—¿Y cómo se encuentra la señorita Mitchell esta mañana?<br />

—Cansada —respondió ella con un suspiro—, pero feliz. —Lo<br />

miró alarmada—. Si no te parece una falta <strong>de</strong> respeto.<br />

—No me lo parece. Yo también estoy feliz. Y muy aliviado.<br />

—Cerrando los ojos, echó la cabeza hacia atrás y suspiró—. Estaba<br />

seguro <strong>de</strong> que iba a per<strong>de</strong>rte.<br />

—¿Por qué?<br />

—Julianne, si alguien hiciera un análisis <strong>de</strong> costes y beneficios<br />

<strong>de</strong> mí, llegaría a la conclusión <strong>de</strong> que soy una inversión <strong>de</strong> alto riesgo,<br />

alto coste y escasos beneficios.<br />

—Tonterías, yo no te veo así.<br />

Él sonrió débilmente.<br />

—Sólo porque eres la compasión personificada. Debo admitir<br />

que todavía no conoces mis principales talentos. —Con la voz ronca y<br />

los ojos brillantes, añadió—: Aunque ardo en <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> ponerlos a tu

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