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El infierno de Gabriel_1

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Julia sintió una arcada, pero la reprimió. Pensar en <strong>Gabriel</strong> junto<br />

a aquella... furcia era repugnante. Hasta la camarera <strong>de</strong> Lobby le<br />

parecía preferible a ella.<br />

—No eres su tipo <strong>de</strong> mujer —murmuró Julia, sin po<strong>de</strong>r evitarlo.<br />

—¿Perdona?<br />

<strong>El</strong>la alzó la vista y se encontró con los ojos entornados y<br />

cargados <strong>de</strong> suspicacia <strong>de</strong> Christa. Calibró sus alternativas durante un<br />

par <strong>de</strong> segundos y <strong>de</strong>cidió optar por la pru<strong>de</strong>ncia.<br />

—He dicho que no es mi tipo <strong>de</strong> local.<br />

—¿Cuál?<br />

—Lobby. No me parece nada <strong>de</strong>l otro mundo.<br />

La otra le <strong>de</strong>dicó una sonrisa glacial.<br />

—Como si el portero te fuera a <strong>de</strong>jar entrar. Lobby es un club<br />

exclusivo.<br />

Luego la miró <strong>de</strong> arriba abajo, como si fuera un animal <strong>de</strong> esos<br />

que nadie quiere. Como si fuera un poni viejo y casi ciego en una<br />

granja escuela. De pronto, Julia se vio fea y poco a<strong>de</strong>cuada. Sintió<br />

ganas <strong>de</strong> llorar, pero las reprimió.<br />

Paul sabía lo que Christa estaba haciendo. Notó que Julia<br />

empezaba a temblar como reacción al afilamiento <strong>de</strong> garras <strong>de</strong> su<br />

compañera. Así que, aunque le dolió, soltó a Julia y se echó hacia<br />

a<strong>de</strong>lante en el sofá.<br />

«No me obligues a levantarme, zorra», pensó.<br />

—¿Qué te hace pensar que no <strong>de</strong>jarían entrar a Julia en Lobby,<br />

Christa? ¿Acaso sólo <strong>de</strong>jan entrar a profesionales?<br />

La joven se ruborizó violentamente.<br />

—¿Qué sabrás tú, Paul? ¡Eres prácticamente un monje! O tal<br />

vez sí. ¿Es eso lo que hacéis los monjes? ¿Tenéis que pagar para<br />

acostaros con alguien? —preguntó, con una mirada malintencionada<br />

hacia el nuevo maletín <strong>de</strong> Julia.<br />

—Christa, si no cierras la boca ahora mismo, voy a tener que<br />

levantarme. Y en cuanto me ponga <strong>de</strong> pie, me voy a olvidar <strong>de</strong> mis<br />

modales —dijo Paul, mirándola muy serio, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> recordarse que<br />

no podía pegarle a una mujer.<br />

Y Christa seguía siendo una mujer, por mucho que pareciera una<br />

puerca anoréxica en celo. Paul nunca la habría comparado con una<br />

vaca, porque consi<strong>de</strong>raba que las vacas eran animales nobles,<br />

especialmente las Holstein.<br />

—No te excites tanto —replicó Christa—. Estoy segura <strong>de</strong> que<br />

hay múltiples explicaciones. Tal vez no la <strong>de</strong>jaran entrar por su

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