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El infierno de Gabriel_1

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—No, tengo el estómago encogido.<br />

A él le molestaba que se negara a comer, pero prefirió no discutir<br />

con ella, consciente <strong>de</strong> que una discusión más grave se acercaba por<br />

el horizonte.<br />

—Tengo un regalo para ti.<br />

—<strong>Gabriel</strong>, un regalo es lo último que necesito en este momento.<br />

—No estoy <strong>de</strong> acuerdo, pero pue<strong>de</strong> esperar. —Se removió<br />

incómodo en el sofá, sin apartar los ojos <strong>de</strong> ella—. Llevas un chal y<br />

estás sentada al lado <strong>de</strong>l fuego, pero sigues estando muy pálida.<br />

¿Tienes frío?<br />

—No.<br />

Julia empezó a quitarse la pashmina, pero los largos <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> él<br />

le sujetaron la mano.<br />

—¿Puedo?<br />

<strong>El</strong>la retiró la mano y asintió recelosa.<br />

<strong>Gabriel</strong> se acercó y Julia cerró los ojos cuando su aroma la<br />

envolvió. Con <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za, él le <strong>de</strong>senrolló el chal con las dos manos y<br />

lo <strong>de</strong>jó entre los dos, en el sofá. Luego le acarició el cuello con los<br />

nudillos.<br />

—Eres preciosa —murmuró—. No me extraña que todos los ojos<br />

estuvieran clavados en ti esta noche.<br />

<strong>El</strong>la se tensó al oírlo y <strong>Gabriel</strong> se echó hacia atrás,<br />

maldiciéndose entre dientes.<br />

Al bajar la vista, Julia se dio cuenta <strong>de</strong> que no había llegado a<br />

quitarse las botas, pero a él no parecía molestarle.<br />

—Siento haber puesto las botas sobre el sofá. Me las quitaré.<br />

Cuando empezó a bajarse una <strong>de</strong> las cremalleras, <strong>Gabriel</strong> se<br />

puso <strong>de</strong> rodillas en el suelo.<br />

—¿Qué haces? —preguntó ella, mirándolo sorprendida.<br />

—Admirar tus botas. Me gustan mucho —respondió él,<br />

acariciando el tacón <strong>de</strong> una <strong>de</strong> ellas.<br />

—Rachel me ayudó a elegirlas, pero los tacones son <strong>de</strong>masiado<br />

altos.<br />

—Los tacones nunca son <strong>de</strong>masiado altos. Pero <strong>de</strong>ja que te<br />

ayu<strong>de</strong>.<br />

La voz <strong>de</strong> él, ronca y cargada <strong>de</strong> adoración, le aceleró el pulso.<br />

Con las manos suspendidas en el aire por encima <strong>de</strong> sus<br />

rodillas, repitió:<br />

—¿Puedo?<br />

Julia asintió, conteniendo el aliento.

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