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El infierno de Gabriel_1

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Probablemente fuese una cuestión genética, o un don <strong>de</strong> los<br />

dioses, o una combinación <strong>de</strong> ambas cosas ayudada por una buena<br />

dieta y por el ejercicio. Pero mientras sus ojos vagaban sobre su<br />

cuerpo musculoso y sus abdominales bien <strong>de</strong>finidos, algo en su<br />

interior se calentó hasta fundirse. Sintió una oleada <strong>de</strong> calor en el<br />

vientre y más abajo, especialmente al fijarse en el músculo en forma<br />

<strong>de</strong> uve que le comenzaba en las ca<strong>de</strong>ras. Era una versión mo<strong>de</strong>rna<br />

<strong>de</strong>l David <strong>de</strong> Miguel Ángel, pero mucho más proporcionado. Y con<br />

unas manos enormemente atractivas. Tal vez no fuese muy elegante<br />

hacer comparaciones, pero sonrió satisfecha al darse cuenta <strong>de</strong> que<br />

era mucho más gran<strong>de</strong> que Simon.<br />

«<strong>El</strong> karma, seguro», la animó su conciencia. Julia se mordió el<br />

labio inferior para no echarse a reír como una colegiala ante el<br />

memorable <strong>de</strong>scubrimiento.<br />

<strong>Gabriel</strong> se dio cuenta <strong>de</strong> su extraña reacción, pero no dijo nada.<br />

Reprimió una sonrisa <strong>de</strong> suficiencia, diciéndose que probablemente no<br />

era el mejor momento para bromear sobre su tamaño. No quería<br />

abrumarla. Sabía qué aspecto tenía su pene, sobre todo en momentos<br />

como ése, cuando saludaba en posición <strong>de</strong> firmes.<br />

«Un saludo en su honor.»<br />

—¿Puedo? —le preguntó, señalando su pelo recogido.<br />

Cuando ella asintió, <strong>Gabriel</strong> le fue quitando las horquillas una a<br />

una, <strong>de</strong>jándole caer los rizos sobre los hombros. Julia cerró los ojos,<br />

disfrutando <strong>de</strong> la sensación <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>dos en su pelo. Le recordó a<br />

aquel día en casa <strong>de</strong> Richard, cuando había sido su peluquero.<br />

<strong>Gabriel</strong> le <strong>de</strong>shizo el recogido muy suavemente, hasta que los<br />

mechones le ro<strong>de</strong>aron la cara como una oscura cortina. Luego le<br />

acarició el cuello antes <strong>de</strong> que sus <strong>de</strong>dos se encontraran con los<br />

tirantes <strong>de</strong> la combinación. Cuando los retiró a lado y lado y <strong>de</strong>jó caer<br />

la fina prenda, Julia quedó ante él vestida sólo con un sujetador <strong>de</strong><br />

encaje negro, a juego con las braguitas.<br />

«La perfección erótica unida al rubor <strong>de</strong> la inocencia.»<br />

Era <strong>de</strong>liciosa, pero que él la observara la estaba poniendo<br />

nerviosa. <strong>Gabriel</strong> sabía que a ella no le gustaba que la miraran<br />

fijamente, ni ser el centro <strong>de</strong> atención <strong>de</strong>masiado tiempo. Así que la<br />

atrajo hacia él y la besó hasta que notó que se le relajaban los<br />

hombros.<br />

—Julia, me gustaría verte, por entero, sin obstáculos —susurró.<br />

Cuando ella asintió, él se tomó su tiempo quitándole las medias<br />

y enrollándolas para bajárselas, aprovechando para hacer una breve

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