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El infierno de Gabriel_1

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Su <strong>de</strong>claración la pilló por sorpresa.<br />

—Si por cualquier razón nos separamos, quiero que me esperes.<br />

Te encontraré, te lo prometo. —Sacándose una linterna <strong>de</strong>l bolsillo,<br />

iluminó el camino que <strong>de</strong>saparecía entre los árboles.<br />

<strong>El</strong> bosque por la noche era espeluznante, una mezcla <strong>de</strong> árboles<br />

pelados esperando a que llegara la primavera y <strong>de</strong> pinos frondosos.<br />

Julia se sujetó <strong>de</strong> la cintura <strong>de</strong> <strong>Gabriel</strong> con más fuerza para no<br />

tropezar con alguna raíz. Cuando llegaron al extremo <strong>de</strong>l huerto <strong>de</strong><br />

manzanos, se <strong>de</strong>tuvieron.<br />

A ella le pareció más pequeño <strong>de</strong> lo que recordaba. La zona<br />

cubierta <strong>de</strong> hierba no había cambiado, igual que la roca. Los árboles<br />

eran los mismos, pero no tan gran<strong>de</strong>s ni tan impresionantes como los<br />

recordaba. Todo tenía un aspecto mucho más melancólico y solitario,<br />

como si hubiera sido olvidado.<br />

<strong>Gabriel</strong> la guió hasta el lugar don<strong>de</strong> habían estado, tantos años<br />

atrás, y extendió la manta en el suelo.<br />

—¿Quién ha comprado la casa <strong>de</strong> Richard? —preguntó Julia.<br />

—¿Por qué lo preguntas?<br />

—Por curiosidad. Dime que no ha sido la señora Roberts.<br />

Siempre la quiso.<br />

Él le tiró <strong>de</strong>l brazo para que se sentara a su lado y los cubrió a<br />

ambos con mantas. <strong>El</strong>la se acurrucó a su lado y <strong>Gabriel</strong> la abrazó.<br />

—La he comprado yo.<br />

—¿De verdad? ¿Por qué?<br />

—No podía permitir que la señora Roberts se la quedara y talara<br />

todos los árboles.<br />

—¿Compraste la casa por el huerto?<br />

—No soportaba la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que alguien más la comprara y<br />

<strong>de</strong>struyera la propiedad. O <strong>de</strong> no po<strong>de</strong>r regresar aquí nunca más.<br />

—¿Qué harás con ella?<br />

—No lo sé. Tal vez la alquile. O me la que<strong>de</strong> como casa <strong>de</strong><br />

veraneo. Pero no podía consentir que Richard se la vendiera a un<br />

<strong>de</strong>sconocido.<br />

—Ha sido un gesto muy generoso.<br />

—<strong>El</strong> dinero no significa nada. Nunca podré pagarle lo que hizo<br />

por mí.<br />

Julia lo besó en la mejilla.<br />

—¿Estás cómoda? —preguntó él con una sonrisa.<br />

—Sí.<br />

—¿Tienes frío?

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