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El infierno de Gabriel_1

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—Tuve que meter algunas <strong>de</strong> sus preciosas plumas en una caja,<br />

cerrarla bien y enviarlas a un hospital <strong>de</strong> estilográficas. ¿Te lo pue<strong>de</strong>s<br />

creer?<br />

—¿Qué es un hospital <strong>de</strong> estilográficas?<br />

—Un taller <strong>de</strong> reparación para plumas enfermas, que ofrece<br />

servicio a una pandilla <strong>de</strong> dueños <strong>de</strong> plumas aún más enfermos, a los<br />

que les sobra el dinero. Y el tiempo. O el tiempo <strong>de</strong> sus ayudantes.<br />

Julia se echó a reír y <strong>de</strong>sconectó el teléfono.<br />

Recuperado ya <strong>de</strong> la gripe porcina, el profesor Jeremy H. Martin,<br />

catedrático <strong>de</strong> Estudios Italianos, dio la bienvenida al centenar <strong>de</strong><br />

asistentes e hizo una elogiosa presentación <strong>de</strong> los logros y la actual<br />

investigación <strong>de</strong>l profesor Emerson. Julia vio que <strong>Gabriel</strong> se removía<br />

incómodo en la silla, como si los halagos le <strong>de</strong>sagradaran. Sus<br />

miradas se cruzaron y ella le sonrió, dándole ánimos. Los hombros <strong>de</strong><br />

él se relajaron ostensiblemente.<br />

Era obvio que el profesor Martin estaba muy orgulloso <strong>de</strong>l<br />

profesor Emerson y que no tenía ningún reparo en expresar esa<br />

admiración. <strong>Gabriel</strong> había sido el fichaje estrella <strong>de</strong>l <strong>de</strong>partamento y no<br />

había <strong>de</strong>fraudado las expectativas que habían <strong>de</strong>positado en él. Le<br />

habían dado plaza fija tras publicar su primer libro con la Oxford<br />

University Press. Iba camino <strong>de</strong> convertirse en un académico tan<br />

famoso como Katherine Picton. O al menos eso esperaba el profesor<br />

Martin.<br />

Tras un breve aplauso <strong>de</strong> bienvenida, <strong>Gabriel</strong> se puso las gafas,<br />

colocó sus notas en el atril y comprobó que el PowerPoint estuviera a<br />

punto. Antes <strong>de</strong> empezar a hablar, se tomó un par <strong>de</strong> segundos para<br />

examinar a los presentes: en la primera fila, el profesor Martin sonreía,<br />

la señorita Peterson, un poco inclinada hacia a<strong>de</strong>lante, se estaba<br />

acariciando el contorno <strong>de</strong>l escote y el resto <strong>de</strong> sus colegas<br />

esperaban, claramente interesados en lo que iban a escuchar.<br />

Con la excepción <strong>de</strong> una <strong>de</strong> ellos. Una profesora que no parecía<br />

ni remotamente interesada en la investigación ni en nada académico.<br />

Sus intereses eran mucho más disolutos y libertinos y, para que no<br />

cupiera duda <strong>de</strong> cuáles eran, se estaba pasando la lengua por los<br />

labios, pintados <strong>de</strong> color carmesí. Era una mujer retorcida. Una<br />

<strong>de</strong>predadora. <strong>Gabriel</strong> se sintió incómodo bajo el escrutinio <strong>de</strong> su<br />

mirada <strong>de</strong> serpiente, sobre todo con Julia en la misma sala. Sabía que<br />

su pasado acechaba en cada esquina, pero que Dios se apiadara <strong>de</strong><br />

él si aquellas dos mujeres llegaban a conocerse.

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